martes, 19 de agosto de 2008

Reseña: Soldado de Sidón

Soldado de Sidón.

Gene Wolfe.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría de Ideas. Col. Solaris fantasía # 66. Madrid, 2008. Título original: Soldier of Sidon. Traducción: páginas.

Hay ocasiones en que uno llega a sospechar que algunos premios se conceden “porque ya le tocaba al autor”. Soldado de Sidón, Premio Mundial de Fantasía 2007, es uno de ellos. La novela no es, según mi parecer, ni la mejor obra de Wolfe ni, desde luego, la más merecedora entre toda su imaginativa producción de recibir el galardón, pero seguramente era la hora del autor y esta la obra del momento: “ya le tocaba”. De todas maneras, a pesar de ser algo insatisfactoria, tampoco es una mala elección después de todo.

Latro, o Lewqys, o Lucius, es un hombre aquejado de una extraña dolencia o maldición (como ya se viera en las anteriores Soldado de la Niebla y Soldado de Areté): cada noche, mientras duerme, olvida todo lo vivido el día anterior. Por ello, para no olvidarlas, se dedica a escribir sus vivencias en un pergamino, que es el que el autor se dedicará a traducir para ir mostrando al lector la extraordinaria existencia del protagonista.

En esta ocasión el destino dirige el rumbo de Latro hacia Egipto, donde se embarcará en una expedición que tiene como objetivo remontar el cauce del Nilo, un viaje que le llevará a afrontar desconocidos peligros junto a sus compañeros, hombre y mujeres que buscarán en él un aliado que les ayude a conseguir sus personales fines, ajenos quizá a los intereses de quienes han organizado la expedición.

Wolfe maneja de forma espléndida las posibilidades que le brinda la amnesia de Latro, y con una pericia narrativa francamente admirable consigue mostrar con apenas cuatro pinceladas a través de los ojos inocentes, los pensamientos terriblemente ingenuos y las interpretaciones subjetivas de los sucesos en que se va viendo envuelto el soldado, las personalidades y objetivos del resto de expedicionarios. Latro no sabe en quién puede o no confiar, no sabe quiénes son sus compañeros y quiénes auténticos desconocidos, quiénes son verdaderos amigos y quiénes sus enemigos; y se tiene que fiar de lo que va releyendo en su pergamino y que muchas veces le presenta visiones contradictorias según haya reflejado o interpretado los hechos tantas veces extraordinarios o increíbles que ha vivido.

Latro se tiene por fuerza que fiar de lo que le dicen los demás sobre él mismo o sobre ellos y sus intenciones, y es ahí donde el lector asiste no sin cierta frustración al juego de intereses que se establece en torno al soldado, a quien todos parecen querer utilizar para su propio provecho. Es tal la ingenuidad del protagonista (que ya existía en las anteriores entregas, pero que aquí parece incluso más acentuada) que algunas veces se antoja más un pelele que un hombre que pueda tomar sus propias decisiones, viéndose arrastrado de aquí para allá sin voz ni voto según los designios de otros. Designios que muchas veces, sin embargo, quedan frustrados por el simple hecho de que Latro olvida las intenciones de cada día y cada día deben volver a ponerlo en el camino de los intereses de cada uno. Él se deja llevar, sin cuestionarse en demasía lo que le están contando, un juguete en manos de los dioses y de los hombres.

Y es que, sin duda, el gran acierto de Wolfe, como ya sucediera en Soldado de la Niebla y Soldado de Areté, es el fascinante y muy documentado retrato que va haciendo del Antiguo Egipto a través de las descripciones y visiones que Latro va incluyendo en su pergamino. Para él todo es nuevo, y con la inocencia de un niño no se cuestiona nada de lo que ve, incluso cuando las encarnaciones de los dioses caminan ante él junto al resto de hombres, participando también en su destino, a pesar de que nadie más parece verlas. Con la naturalidad que le otorga esa ingenuidad extrema mostrará a los dioses egipcios bajo un nuevo prisma, como alguno más de los personajes extraños que plagan la narración. Y el lector algo docto en mitología sin duda disfrutará en mayor grado de ciertas referencias que continuamente va dejando caer el autor en la historia.

Y si bien es cierto que es en esa ambientación, en la recreación de una civilización misteriosa y fascinante, en la descripción de la vida de los pueblos a lo largo del Nilo, de las costumbres y secretos del Antiguo Egipto, donde Soldado de Sidón destaca y atrapa, también es cierto que la trama en sí decepciona por cierta intrascendencia que deja la sensación de no estar yendo a ningún sitio. El relato, fruto del formato elegido para contarlo, resulta necesariamente fragmentado e incompleto (cuando Latro no puede por las circunstancias seguir escribiendo), excusa que le sirve a Wolfe para hurtar al lector algunos de los momentos que, a priori, se presentaban como más interesantes y emocionantes (todo el episodio de las minas queda muy, muy cojo, después de la importancia que parecía tener); a la vez que deja sin respuestas demasiados de los temas planteados y, sobre todo —después de haberse acelerado demasiado en su segunda parte tras una primera excesivamente morosa—, deja el final absolutamente en el aire, en medio de la búsqueda de cierto objeto de importancia vital para Latro y con la expedición en una absoluta indefinición. El lector se encuentra que hay muy poca anécdota para toda una novela y cuando la cosa se pone interesante se queda colgada. Wolfe ha conseguido unos personajes atractivos, fascinantes incluso, cada uno con su propia misión dentro del objetivo común, pero no ha sabido sacarlos del atolladero en que su propia narración los ha metido. Por eso, a mi entender, es demasiado premio para lo que ofrece.

Para quienes estén preocupados por no haber disfrutado de las dos anteriores entregas dada su lejana edición hace tiempo agotada, decir que Soldado de Sidón se puede leer y entender perfectamente sin haber hecho lo propio con aquellas dos. Hay pocos personajes que repitan protagonismo y dada la maldición de Latro se vuelven a presentar cuando es necesario para que el propio soldado los recuerde. Sin embargo tampoco se puede ocultar que quienes hayan tenido la suerte de leer los dos anteriores libros obtendrán un plus de disfrute de la presente novela, comprendiendo algunas de las veladas referencias que se hacen en torno a la figura y pasado del soldado, y a su maldición.

Y como deseo para el futuro y ya que actualmente no está publicado, esperemos que Wolfe tenga a bien retomar el personaje y relatarnos lo sucedido tras los hechos de este Soldado de Sidón que tan insatisfactorio final tiene. Ojala pronto oigamos hablar del cuarto libro de Latro y que nuestros ojos pueden verlo traducido.

[La imagen que acompaña es una de las que abren cada capítulo de la novela, obra del ilustrador David Grove, autor asimismo de la portada, y que de alguna manera indican el derrotero por el que van a ir las siguientes páginas. Se agradece que se hayan respetado].


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece un comentario desafortunado, y ventajista, decir que este no es el mejor libro de Wolfe. Está claro que no lo es. Pero el caso es que el premio no era al MEJOR LIBRO DE WOLFE, sino al mejor libro de fantasía del año. Baste con decir que es un buen libro, o no, que es lo que haces. Con mucho acierto, además. ;-) Sigue así que lo haces muy bien.