jueves, 28 de enero de 2010

Reseña: Día de perros

Día de perros.
David Jasso.
Reseña de: Jamie M.
Hegemon Ediciones. Zaragoza, 2008. 269 páginas.
Premio Ignotus 2009 a la mejor novela de género fantástico en los premios concedidos en la pasada HispaCon de Huesca, una magnífica excusa para animarse a leerla, hay que reconocer que es algo difícil adscribir Día de perros en alguna de sus categorías. Tiene un poco, poquito, de ciencia ficción o ficción especulativa al situar la acción unos años en el futuro en el momento de su publicación, en una Zaragoza post-Expo fácilmente reconocible, aunque sin anticipar, no obstante, la actual crisis económica. Fantasía, entendida como elementos sobrenaturales, mágicos o extraños que se salen de nuestra cotidianidad, no he encontrado yo nada especialmente remarcable. Y terror, la especialidad hasta el momento de Jasso, tampoco es que haya mucho terror, sino más bien lo que el lector va a encontrarse es una realista historia con una creciente tensión que situaría la novela en la clasificación de thriller psicológico o de novela de suspense ―y de este si que hay bastante― de muy alta calidad, eso sí.
Como les sucede a los protagonistas, es fácil cometer un error que marque toda tu vida, sobre todo cuando eres un adolescente y estás aburrido y sin ideas de cómo emplear tu tiempo libre, cuando la chica de la que estás enamorado no te corresponde y cuando tus padres te usan como arma arrojadiza en su divorcio. Así, una calurosa tarde en el parque tomando la sombra debajo de un pino puede convertirse en una terrible aventura con catastróficas consecuencias. Eso es lo que les sucederá al protagonista de la novela, que escribe los hechos como terapia aconsejado por su propio psicólogo, y a su amigo Miguel, el cual, como no tienen nada mejor que hacer y para sacarse un dinerillo para pagarse unas cervezas e invitar a algo a sus amigas, decide raptar a un perro y esperar a que ofrezcan una recompensa a quien lo encuentre para devolverlo y así cobrar la misma. Dicho y hecho. Sin embargo, a partir de ese momento nada saldrá como esperaban, y ellos y su pandilla se verán envueltos en una huida hacia adelante donde cada vez las cosas se irán liando más y más con la intervención de los amos del perrito y de un “buen samaritano” que se ofrecerá a estos a buscar al supuestamente perdido can.
Relatado en primera persona cuando la acción sigue a los adolescentes y en tercera cuando los focos recaen sobre los dueños del perro, Jorge y Cristina, el relato avanza con una rapidez demoledora subiendo la tensión dramática a cada paso que avanzan unos y otros hacia su confluencia. Todo transcurre en una única tarde plagada de errores y de decisiones equivocadas. Anticipando desde la misma introducción el final trágico de la aventura, el buen hacer de la prosa de Jasso consigue dotar a una historia aparentemente trivial de una emoción cada vez mayor, haciendo que el lector no quiera soltar el libro hasta saber qué sucede a continuación. La lectura es muy fluida y amena, y si bien enseguida viene a la mente la idea de que un adolescente, sobre todo en las circunstancias del narrador, se supone que no escribiría de esa manera, con esas imágenes, descripciones y muestras de sentimientos, todo queda perfectamente explicado al final, lo cual es muy de agradecer.
Jasso ha conseguido retratar perfectamente la personalidad de estos jóvenes un tanto desorientados, dotándolos de una profundidad y un realismo admirables, con continuas referencias a sus gustos, a sus modas, a su pasotismo existencial y a su vocabulario que dotan de enorme credibilidad a la narración; al tiempo que en la parte en tercera persona consigue crear una enorme empatía con el dolor y sufrimiento de los amos del chucho, sobre todo de Cristina, una mujer que sufre de obesidad mórbida, que ve como desaparece una de pocas cosas que dan felicidad a su vida y que siente el rapto como una amenaza a su propia cordura. El deseo de su marido de protegerla, de hacerla feliz a cualquier precio, le llevará a contemplar cualquier posibilidad para recuperar al perro, incluso aquellas que le lleven a cruzar la línea de lo correcto. Lo que empezó como una simple travesura, una especie de broma sin gracia pero sin auténtica malicia, se convierte página a página en una persecución implacable que terminará en lágrimas y sangre.
Día de perros es un libro que, con una apariencia de simplicidad ―al fin y al cabo la historia no puede ser más sencilla― esconde en sus páginas importantes temas sobre los que pensar y reflexionar. Sobre el amor, la desesperanza, los sentimientos de los jóvenes y de los mayores, que muchas veces parecen tan distanciados y pronto descubre uno que nos son tan diferentes ni buscan cosas tan distintas; sobre el desarraigo, sobre la problemática familiar, el divorcio y sus consecuencias entre aquellos que, sin comerlo ni beberlo, se ven metidos en medio de un campo de batalla cuando no son directamente usados como munición que dispararse entre los cónyuges de la pareja rota; sobre la dificultad de mantener una comunicación real, abierta y honesta en estos tiempos en que todos estamos conectados a todos y cuantos más aparatitos tenemos más nos aislamos; sobre el amor a los animales y como el mismo puede trascender al amor entre la personas, muchas veces llegando a reemplazar a las relaciones con el resto del mundo; sobre la forma que tenemos de vernos a nosotros mismos que pocas veces coincide con cómo nos ven los demás, sobre como nos juzgamos con más dureza y a la vez más indulgencia que a los que nos rodean; sobre la soledad y el aislamiento que acarrea ser diferente al ideal de la sociedad, más aún cuando esa diferencia se ve como un defecto, en este caso la obesidad, y no como un acto de rebeldía; sobre la amistad, demasiado incondicional en ocasiones, y las cosas que nos hace hacer muchas veces contra nuestro mejor criterio.
Dotado de un ritmo trepidante, que no da reposo, con unas imágenes muy visuales, casi cinematográficas ―se nota que Jasso trabaja en el sector audiovisual―, Día de perros consigue atrapar en una espiral descendente al lector, haciéndole, a través de su eficaz prosa del autor, espectador de excepción de cómo el guijarro que ha sido lanzado se va convirtiendo sin remedio en avalancha, y asistiendo impotente, esclavo de la intriga, a la carrera que avanza imparable hacia un final que se intuye dramático y catastrófico ―como un tren que corre sin frenos, que sabes que va a descarrilar y aún así esperas contra todo pronóstico que encuentre una vía lateral donde detenerse y evitar la tragedia―. Un final, además, con un epílogo que tiene la virtud de modificar todo lo narrado, cambiando todo lo que creíamos saber y dándole un nuevo significado más impactante aún si cabe a todo lo que se nos ha contado, una mayor profundidad, e invitando a una relectura a la luz del nuevo y sorprendente enfoque.
Aunque el propio Jasso reconoce que en principio la novela iba a estar dirigida hacia un público situado principalmente en la franja de «jóvenes – adultos», los derroteros y los componentes algo más duros por los que pronto se embarca la acción, junto al buen hacer del autor, eleva la categoría y la hace destinada a que cualquier amante del misterio y la intriga, tenga la edad que tenga, puede verse atraído por su lectura y salga satisfecho de la misma. El libro es de fácil y rápida lectura, lo cual no le quita ningún mérito, sino que se lo añade en estos tiempos de mamotretos. De hecho, considero que tiene la longitud perfecta para la historia que se narra. Menos páginas seguramente le hubieran restado profundidad a la historia y a los personajes, y más páginas hubieran alargando innecesariamente la trama, difuminado, sin duda, su intensidad. Tal como está consigue mantener en todo momento la tensión creciente, sin decaer ni disminuir, hasta el impactante y, sí, a pesar de todo, inesperado final. Que nadie te lo cuente.
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Reseña de otras obras del autor:
 

lunes, 25 de enero de 2010

Reseña: Star Trek XI

Star Trek XI.

J.J. Abrams.

Reseña de: Amandil.

Paramout Pictures / Spyglass Entertainment / Bad Robot / Mavrocine, 2009. Duración: 127 minutos.

La decimoprimera entrega para el cine de la franquicia-saga-negocio Star Trek ha supuesto un reinicio de la totalidad de la línea argumental con intención de "rejuvenecer" a los personajes y tratar de que el fenómeno "treaky" se abra a un público mucho más amplio que no necesite conocer todos los antecedentes (las otras películas, las series, los "spin off", los libros) para comprender la historia y el trasfondo.

En definitiva, se puede decir que a priori Star Trek XI (o 2009) hace honor a su subtitulo "El futuro comienza" ya que abre un nuevo camino para volver a contar las peripecias del capitán Kirk, el señor Spock y el resto de palmeros, con actores jóvenes que garanticen a la saga una buen puñado de nuevas películas (la próxima se estrenará en 2011) y, probablemente, un nuevo muestrario de series que empalmen con la nueva línea argumental que Star Trek XI marca.

¿En qué consiste la novedad? Bien, para no verse abocados a repetir los argumentos de la serie clásica, J.J. Abrams opta por romper con el pasado con uno de los trucos más utilizados en la saga creada por Gene Roddenberry en 1966: por medio de un viaje en el tiempo se provocan una serie de cambios sustanciales que permiten surgir un nuevo plano temporal en el que lo conocido en la trama clásica cambia drásticamente. Así, podrán desarrollarse nuevos guiones utilizando los personajes tradicionales y la U.S.S. Enterprise, en un trasfondo completamente original. De ese modo no queda invalidado el universo creado durante los últimos cuarenta años, sino que es una realidad distinta a la que inaugura la película Star Trek XI. ¿Consigue hacer ese cambio viable? En mi opinión, sí, aunque para ello tenga que retorcer algunos sucesos plagando el guión de coincidencias, paradojas y deus ex machina. Pero se salva la situación y queda todo suficientemente hilvanado como para aguantar una cierta consistencia interna de cara al futuro.

La historieta que se nos narra en la película es la siguiente. Todo comienza con una nave de la Federación investigando una extraña tormenta eléctrica que resulta ser una agujero negro del que surge una nave inmensa, dirigida por un romulano llamado "Nero". La situación se vuelve terrible y como consecuencia de ello la nave federal, tras evacuar a la mayoría de sus tripulantes, se inmola contra la nave romulana que les ataca. Como consecuencia del ataque muere el capitán federal y su segundo ordena evacuar, debiendo inmolarse con su nave al fallar el piloto automático. Para mayor dramatismo apenas 60 segundos antes de la colisión, en una nave de evacuación, nace el hijo del difunto. El recién nacido es James Tiberius Kirk.

Ya tenemos dos de las claves de la película: el malo es un romulano llamado Nero (no hay película de Star Trek sin una personificación clara de un malo, como en James Bond, personificado por el portentoso Eric Bana), y el antecedente heroico familiar que hará que el joven Kirk (émulo de James Dean encarnado por Chris Pine) pase de chulito de pueblo de Iowa a legendario líder de la Federación.

La tercera clave nos vendrá dada con unas pinceladas a los orígenes del otro personaje principal, el señor Spock (interpretado con bastante buen resultado por Zachary Quinto), ese curioso cruce entre humana y vulcaniano (que copó y cegó la carrera de Leonard Nimoy) que hará de su doble origen racial la clave de su trasfondo como personaje.

Ambos personajes se convierten en los motores de la historia al coincidir en la Academia de la Federación en la ciudad de San Francisco, si bien Kirk está enmarcado en un papel de "listillo", mujeriego y audaz, y Spock ya despunta como profesor de la Academia, comandante (segundo de abordo) de la Enterprise y cotizado miembro de la Armada federal.

La historia de Nero y su nave se retoma entonces al amenazar al mismísimo planeta Vulcano, lo que provoca que se tenga que enviar a los cadetes de la flota federal que están en la Tierra puesto que el grueso de la Armada se encuentra demasiado lejos de allí. Y desde ese momento, con diversos trucos, coincidencias y giros un tanto rebuscados (ascensos de tercera fila a jefazos, en minutos encuentros en distantes lunas heladas, etc.) entran el resto de compañeros de la saga en su versión "juvenil": McCoy (Karl Urban), Uhura (Zoe Saldana), Scotty (Simon Pegg), Sulu (John Cho) y Chekov (Anton Yelchin). Todo ello reforzado por la presencia del mítico Spock de la saga clásica en un giro de guión imprescindible para la historia y que viene a suponer una especie de bendición de los integrantes "originarios" a los que ahora se estrenan.

La película en sí consigue dos objetivos de manera más que satisfactoria. En primer lugar reubica Star Trek dentro de los gustos del público moderno y más joven, sin romper los vínculos emocionales con el que ha sido el grupo de seguidores que ha permitido a la franquicia crecer de manera única en el género. Se ha ampliado de ese modo tanto el "target" al tiempo que se ha dado vía libre a los guionistas para que creen un nuevo universo trekkie. En segundo lugar J.J. Abrams ha rodado una historia entretenida, emocionante, muy bien llevada y con los toques justos de humor (impresionante la jugada de McCoy al inyectar a Kirk una vacuna un tanto agresiva), amor (¿¿¿Spock y Uhura???), guiños a la serie clásica (esos uniformes parecidos a pijamas, esos toques años 60 en la mismísima Enterprise, esos fulanos vestidos de rojo que mueren a la primera de cambio) y un ritmo trepidante muy propio del enfoque se le da en al actualidad al cine de ciencia ficción, más cercano a un vídeo de la MTV que a la espantosamente lenta Star Trek de 1979.

Pero hay que dejar clara una cosa, Star Trek XI cierra el universo existente hasta ahora para abrir paso a algo completamente nuevo y acorde con los gustos y los objetivos del público de inicios del siglo XXI. Mantiene un nombre comercial, unos personajes y un entorno, pero los adapta y los renueva hasta el punto de convertir el pasado en algo demasiado viejo, demasiado vetusto en ocasiones, demasiado antiguo. Por ello puede no gustar a los seguidores de la saga hasta el momento. Pero ese es el riesgo que deberá correr la franquicia si quiere perpetuarse en una nueva generación de seguidores alejados notablemente de los que afianzaron la serie en los años setenta y, especialmente, en los noventa del pasado siglo.

Pero ya lo avisa el subtítulo de la película: The Future Begins.

sábado, 23 de enero de 2010

Reseña: Historia alternativa, Vol. II

Historia alternativa, vol.II.

Varios autores.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo Ajec. Col. Albemuth Internacional # 24. Granada, 2008. Traducción: Raúl David Golzálvez del Águila. 247 páginas.

La ucronía o «historia alternativa», el género que trata de responder la pregunta de ¿qué hubiera pasado si...? en torno a hechos claves de la historia, es sin duda difícil de llevar a buen puerto, dado la exigencia de conocimientos históricos unidos a un nivel de extrapolación necesariamente elevado. Es fácil elegir un momento clave en el que las cosas hubieran podido ser diferentes dependiendo de las decisiones que se tomaran o los actos que tuvieran lugar como consecuencia del «suceso desencadenante»; lo complicado es imaginar una historia coherente con un desarrollo diferente de nuestra propia historia. No vale cualquier cosa, aunque sí cualquier tipo de historia para desarrollarlo ―aunque tradicionalmente se encuentra más ligado a la propia Literatura Histórica y a la ciencia ficción y/o la fantasía― , como bien demuestra el volumen presente. Las siete narraciones que contiene vienen a ser un variado reflejo del género, con todas sus bondades y defectos. Además, la ucronía lucha contra el handicap de que el lector debe tener o se le suponen ciertos conocimientos relativos a los hechos que se están cambiando, debe participar de una importante complicidad con el autor para sumergirse en el relato sabiendo dónde están y de que tratan los cambios para poder disfrutar a fondo con la alternativa a la realidad. Sin esos conocimientos es muy posible que se pasen por alto ciertos detalles o personajes vitales que hagan perder el disfrute pleno de las historias.

Abre el libro «El frente humano» de Ken McLeod, que se centra en un clásico dentro de las ucronías: qué hubiera sucedido si el final de la II Guerra Mundial hubiera sido algo diferente, si una vez eliminada la amenaza nazi la Guerra Fría entre el bloque occidental y el soviético no hubiera comenzado, sino que hubiera seguido en su fase “caliente”, si los estadounidenses siguieran combatiendo y Stalin se hubiera convertido en un simple partisano luchando por los restos del comunismo. La historia a través de los ojos de John Matheson, un habitante de la isla escocesa de Lewis, irá mostrando un mundo donde el desarrollo tecnológico se ha desviado radicalmente del de nuestra historia, debido principalmente a la existencia de unos aparatos voladores muy similares a nuestros tradicionales OVNIS y con los que los Estados Unidos bombardeara Moscú con una bomba atómica. Pero, ¿de dónde han salido esos aparatos? ¿Quién los pilota? El joven Matheson, como un signo de rebeldía contra la situación de su entorno, se irá introduciendo cada vez más, aunque de forma casi involuntaria, en los ambientes de la izquierda radical, llegando a convertirse en un auténtico revolucionario. El contenido ideológico y la fuerte carga política es algo habitual en este autor, que consigue dotar de esta manera de una lectura diferente a la cuestión ucrónica. A través de pequeñas pinceladas el lector podrá hacerse una idea acerca de la situación en el resto del mundo, sobre todo en unos totalitarios Estados Unidos que llevan camino de imponer su hegemonía sobre un gran número de naciones.

Narrado casi como si se tratara de un relato clásico de la época pulp, utilizando muchos de los recursos de los primeros cuentos sobre el fenómeno de las avistamientos de platillos volantes de los años 50 del pasado siglo, cuando todavía se pensaba que Marte podría estar habitado por seres inteligentes capaces de visitarnos, el giro final que lleva la narración desde el género bélico de guerrillas a entrar plenamente en la ciencia ficción hace que el lector se quede un tanto desconcertado ante el cambio de registro y ante una explicación un tanto traída por los pelos que deja mucho en el aire. Sin embargo, es un acierto del autor el no haber intentado engordar la longitud del relato, pues estirarlo más sin duda le hubiera quitado gran parte de la ¿gracia? que tiene en este formato.

El segundo relato es «Los ojos de américa» de Geoffrey A. Landis, una narración con cierta intencionalidad cómica en la que el lector asistirá a la carrera por la presidencia de los EE.UU. en las elecciones de 1904, para la cual el partido republicano fichará a Thomas Alba Edison como candidato, a lo cual responderán los demócratas trayendo a sus filas como asesor al tradicional “competidor” del inventor: Nikola Tesla. Ambos se embarcarán en una carrera de diseño de inventos que les ayuden a llevar su mensaje al mayor número posible de gentes. Muestra así la lucha entre la corriente alterna y la continua, trasladada a la arena política y con unos testigos de es excepción como son Sam Clemens, más conocido por su seudónimo literario Mark Twain, y la famosa cantante Sarah Bernhardt. La aparición de Clemens le permite al autor introducir un contrapunto crítico a la despolitizada competición entre Tesla y Edison ―más preocupados por aventajar tecnológicamente a su contrincante que en ganar realmente las elecciones―. Divertida y ocurrente.

La tercera narración es «El imperio invisible» de John Kessel, una historia situada en un tiempo indeterminado (¿mediados del XIX, principios del XX?) en unos Estados Unidos rurales todavía en formación, donde el puritanismo es la regla imperante y el papel de la mujer está firmemente supeditado al dominio masculino, al punto que los malos tratos se ocultan y niegan vergonzosamente. En una pequeña comunidad un grupo de mujeres proto feministas se tomará la justicia por su mano con unos métodos absolutamente ku-kux-klanianos que invalidan de alguna manera sus motivaciones. Una narración excesivamente maniquea, correcta, pero bastante obviable y prescindible.

Viene a continuación uno de los relatos más curiosos del libro: «El misterio del Pacífico» de Stephen Baxter. Partiendo de uno de los puntos más recursivos de las ucronías, un mundo donde los nazis ganaron la II Guerra Mundial ―dada la premisa de que, por motivos no desvelados, ningún navegante o piloto de ninguna nación ha conseguido cruzar el Océano Pacífico, razón por la cual los Estados Unidos nunca se establecieron en Pearl harbour y por lo que los japoneses nunca los atacaron, haciendo que estos no llegaran a entrar en la contienda― el autor abandona pronto la prospección histórica y se embarca en el intento de los alemanes de demostrar su poderío tecnológico enviando una enorme aeronave a conquistar el infranqueable Pacífico. Narrada en forma de diario por parte de una periodista británica que se encuentra a bordo de la Goering, o ―como la llamara Chruchill― «la Bestia» como observadora, la historia se convierte en un relato clásico de aventuras, conspiraciones y exploraciones de lo desconocido, abandonando las reglas euclidianas de nuestro mundo y adentrándose en lo ignoto. Emocionante e intrigante a un tiempo, este cuento es una de las grandes satisfacciones del volumen.

La siguiente narración es «Lo desconocido» de William Sanders. Centrándose en la época de las primeras colonias en los incipientes Estados Unidos, muestra el enfrentamiento que se produce entre la mentalidad occidental con la forma de entender la vida de los pieles rojas. Cuando un europeo es convertido en esclavo de los powhatan su influencia empezará a cambiar su forma de vida e, incluso, de pensar a través del poder de la escritura dado que, como el lector pronto descubre, el prisionero no es otro que un famoso dramaturgo británico cuyo destino será bastante diferente del que conocemos en nuestra realidad al embarcarse borracho en Porstmouth y terminar, como ya he dicho, adoptado de alguna manera por el brujo de la tribu. Agradable, conmovedor y divertido a partes iguales, invita a la reflexión y deja un buen gusto.

Y llegamos así al, para mí, mejor relato ―casi una novela corta― de la antología: «Recuperando el Apolo 8» de Kristine Kathryn Rusch. Especula como un pequeño cambio ―el fracaso de la misión del Apolo 8 cuando en nuestra realidad fue un éxito― y el sueño y la inversión de su fortuna en él de un millonario hecho a sí mismo podría haber modificado radical, pero coherentemente, la carrera y la colonización espacial. En 1968, Richard Cronkite es un muchacho de ocho años al que el accidente de la cápsula espacial y la pérdida de sus tres tripulantes ―Lovell, Anders y Borman― en dirección sin retorno hacia los confines del Sistema Solar, marcará con un profundo trauma infantil, que le llevará a dedicar sus energías a crear un imperio empresarial dedicado a la investigación tecnológica espacial con el objetivo de rescatar la nave y los cuerpos de los tres astronautas. La autora consigue imbuir el lector ―sobre todo en los que ya tienen una cierta edad y retienen en la memoria algunas de las fases más emocionantes de la carrera espacial entre Estados Unidos y la URSS― del sentimiento de urgencia, de frustración, de alegría y de resignación por los que va pasando el Cronkite adulto. Es desde luego el desarrollo de la colonización espacial que cualquier aficionado a la ciencia ficción hubiera soñado que existiese a estas alturas y que cada vez se ve más lejos una vez terminada la rivalidad de los bloques de la Guerra Fría. Utilizando con habilidad el recurso de la Historia Alternativa, la autora consigue construir un relato de sentimientos, de sueños e ilusiones, y sobre lo que viene después de conseguirlos, que quizá no sea exactamente lo que se deseaba y lleva a descubrir que se ha dejado demasiado por el camino.

Y cierra la parte “literaria” del volumen «Misivas del futuro posible 1: Resultados de búsqueda de historia alternativa» de John Scalzi, el cuento más prescindible, innecesario, gamberro, supuestamente cómico y pasado de vueltas de la antología. ¿Qué hubiera pasado si Hitler hubiera muerto, de muchas y diferentes maneras, en 1908? El mundo sin duda hubiera sido muy diferente de como lo conocemos, o tal vez no tanto. Lo salva su extrema brevedad, porque no deja de ser una ida de olla de mucho cuidado, una desbarrada gamberra que apenas sirve como divertimento. Tras el anterior relato es una lástima cerrar así la antología, con un enorme anticlimax. Quizá hubiera sido mucho mejor haberla puesto al principio del todo y comenzar con una sonrisa socarrona.

Las últimas páginas del libro están dedicadas a cuatro pequeños ensayos destinados de alguna manera a aclarar ciertos periodos históricos presentes en los relatos anteriores o, en el más interes ante de los artículos, a preguntarse si una carrera espacial diferente hubiera sido posible. Son interesantes, pero muy poco profundos lo que les quita cierta parte de su utilidad.

Para terminar, y como ya viene siendo habitual, un pequeño tirón de orejas a Ajec por la edición, no tan cuidada como debiera, y por las erratas tipográficas. Detalles como empezar la primera historia con la muerte de Stalin en el año 163 ―cuando debiera haber sido en 1963― y otros similares no contribuyen a hacer fluida la lectura precisamente. Son detalles menores, sin duda, pero su recurrencia libro tras libro debiera ser algo a corregir y evitar. Historia alternativa volumen II es una antología, de todas maneras, a la que merece la pena dar una oportunidad dado el nivel medio más que aceptable e incluso sobresaliente en alguna de sus propuestas, sobre todo si al lector le gusta elucubrar sobre cómo podría haber sido la Historia si tan solo algunos pequeños detalles hubieran sido diferentes.


Libros recibidos. Enero 2010 (2)

Gracias a la cortesía de Grupo Ajec, hemos recibido los siguientes ejemplares de prensa de sus novedades:

miércoles, 20 de enero de 2010

Reseña: País de espías

País de espías.

William Gibson.

Reseñas de : Santiago Gª Soláns.

Ediciones Plata. Col. Plata Negra. Barcelona, 2009. Título original: Spook Country. Traducción: Rafel Marín Trechera. 381 páginas.

William Gibson ambienta su última novela en nuestro presente —en 2006, más concretamente—, alejándose, como ya hiciera en la anterior Mundo espejo (Pattern Recognition, 2003), de la visión del futuro cyberpunk que él mismo contribuyó a crear; aunque en el presente de País de espías podemos observar muchos detalles, sobre todo en el desarrollo y aplicación de las nuevas tecnologías, que de alguna manera hermanan el libro con aquellas obras anteriores del autor. Como es habitual en su forma de narrar, la novela se divide en tres líneas, una de ellas aparentemente irreconciliable con las otras dos, pero que, nadie lo dude, están irremediablemente llamadas a encontrarse.

Ese presente de la novela es casi el nuestro; casi, pero no del todo. Hay multitud de pequeños, pero significativos, detalles que lo conforman más como una especie de mundo paralelo al nuestro, una extrapolación pausible de las tecnologías que van instalándose en nuestras vidas paulatinamente sin apenas darnos cuenta, más que como un reflejo de nuestra propia realidad. Así, País de espías viene a ser un thriller tecnológico con un barniz de novela de espionaje. La globalización de un mundo, nuestra Tierra, cada vez más «pequeño», donde los sucesos de un país cada vez tienen una mayor repercusión en los rincones más inesperados del orbe, donde la política de una nación adquiere ramificaciones mundiales, donde el movimiento de una «ficha» o de un «peón» tiene su respuesta a miles de kilómetros de distancia, y donde el arte y la música van adquiriendo un carácter unificado y cada vez hay menos sitio para innovar, hace que personajes totalmente ajenos terminen abocados a cruzarse y a compartir unos conocimientos que, quizá, ni siquiera sospechaban compatibles. En este sentido, el arte locativo al que Gibson da una enorme importancia en la novela —al punto que casi es el detonante que da origen a la historia— y que no es sino el remedo tecnológico de los graffitis callejeros, pero elevados a una complejidad y un anonimato mayúsculos —para poder disfrutarlos hay, primero, que saber dónde se encuentran y, segundo, disponer de la interfaz que permita su visualización—, con el mismo carácter efímero y temporal que aquellos —dependen en exceso de servidores, routers y suministro energético; tal y como queda demostrado en la propia novela—, termina uniendo de alguna manera casi imposible a todos los personajes de la novela.

Al final, queda la impresión de que País de espías no es precisamente una de las mejores novelas de Gibson, de hecho me atrevería a decir que es casi la peor, o al menos la más decepcionante, de ellas. La compleja, e incluso intencionalmente confusa, trama, llena de detalles que parece van a tener gran importancia y luego no sirven para nada, se resuelve finalmente en un “bluf” que deja muy insatisfecho al lector que se esperaba mucho más del autor de Neuromante. Tal vez se deba a que esta novela, supuestamente más realista y cercana, precisa de bastante más “suspensión de la incredulidad” que las novelas más futuristas del autor. Para ser una narración situada en nuestro presente —o en un pasado muy, muy cercano—, hay que tragar demasiadas “ruedas de molino” como para que la lectura resulte satisfactoria.

Hollis Henry es una ex estrella de una banda de culto de pop-rock indie, que perdió todo lo que había ganado en su carrera musical en la crisis de las punto com y que en la actualidad se dedica a escribir artículos como freelancer hasta que recibe una oferta irrechazable para trabajar para una nueva revista europea, Nódulo, dedicada a la música y las nuevas tendencias. Su primer encargo será, precisamente, investigar sobre el novísimo arte locativo y sus principales autores y promotores para lo que se trasladará a Los Ángeles en busca de Bobby Chombo, el paranóico creador del soporte que permite las invisibles esculturas holográficas y que resultará ser bastante escurridizo. Tito es un joven perteneciente a una familia de exiliados chino-cubanos, con misteriosas conexiones con la Rusia soviética y con la CIA, y que se mueve por un Nueva York marginal, participando en pequeñas actividades delictivas en torno al intercambio de «información» hasta que parece verse mezclado, de repente, en una trama de espionaje de altos vuelos, teniendo que abandonar todo lo que conoce en pos de la aventura. Brown es un agente secreto de no se sabe qué agencia gubernamental ni de qué país exactamente, o que quizá tan solo está trabajando para sí mismo con los conocimientos secretos adquiridos con anterioridad, que busca interceptar los mensajes de una red de traficantes de información para localizar un objeto en principio desconocido, tarea para la cual ha raptado a Milgrim, una adicto a las drogas, las pastillas de Ativan en concreto, y experto lingüista de un oscuro dialecto ruso, el volapuk, en el que la red parece comunicarse, con poco interés en la vida salvo asegurarse la siguiente dosis de pastillas y sumergirse en la lectura de un libro sobre oscuras e ignotas desviaciones religiosas.

Gibson pone en píe una interesante trama a priori, con la que consigue llamar la atención del lector y meterlo en la fragmentaria historia hasta que paulatinamente este se da cuenta de que la misma no termina de ir a ninguna parte. Y es que País de espías se desvela pronto como la simple búsqueda de lo que Alfred Hitchcok diera en llamar un «MacGuffin», un objeto en torno al que gira toda la trama y que en este caso no es sino un contenedor que se encuentra en paradero desconocido con un misterioso contenido en su interior, y al que todos, de forma consciente o no, buscan encontrar, cada cual con sus particulares fines. La irrupción en escena del filántropo multimillonario Hubertus Bigend —que ya apareciera en Mundo espejo y que tiene incluso el “honor” de poseer una entrada propia en la wikipedia— como uno de los principales jugadores en la sombra, patrocinador de la investigación de Hollis y con una agenda propia que no parece demasiado interesada en el arte locativo por sí mismo, sino como parte de un plan para alcanzar otros intereses a través de la figura de Chombo, no hace sino forzar aún más la credulidad del lector ante sus acciones.

Parece claro que Gibson ha intentado escribir una novela sobre los EE.UU. y el mundo post 11-S y todos los cambios geopolíticos que han tenido lugar desde entonces. Pero lo cierto es que se ha quedado en lo anecdótico sin entrar realmente en el fondo de la cuestión y sin tomar partido de una forma decidida. El lector en ningún momento llega a sentir una implicación emocional con lo narrado o con los personajes —un grupo de solitarios marginales con los que es muy difícil conectar—. No hay un sentimiento de apremio, de peligro, de suspense, al punto que el contenedor y su misterioso contenido no crean excesiva curiosidad y que finalmente, incluso con las bajas expectativas, defrauda miserablemente. La historia se desvela como demasiado simple, después de crear un escenario enorme, global, todo termina siendo demasiado local, demasiado interno, demasiado mezquino, con unos objetivos, visto lo que está en juego, demasiado pequeños. Y el carácter tecnológico que se le supone a las narraciones del autor termina limitándose a los medios técnicos necesarios para poner en marcha, mantener y contemplar el arte locativo —GPS, gafas de realidad virtual, hackers y servidores informáticos entre otros— y en el barniz que supone el sustituir los antiguos microfilms o cintas grabadas de las historias clásicas de espías por i-pod cargados de datos que van cambiando de manos. Demasiado poco para alguien que llegara a ser tan innovador en sus obras anteriores. Pero es que a nivel de simple novela de espionaje también fracasa de algún modo, no termina de entrar a fondo en lo que realmente significa una sociedad permanentemente vigilada, en constante tensión, con unos gobiernos que en pos de la seguridad recortan sin rubor las libertades civiles y donde la lucha contra el terrorismo justifica aparentemente cualquier “pacto con el diablo”. Muchos de los personajes tienen o han tenido contacto con agencias de espionaje o contra-espionaje, aunque en la novela todos parecen actuar por libre y con objetivos propios; el problema surge cuando esos objetivos no terminan de revelarse demasiado claramente o, cuando sí llegan a conocerse, resultan bastante flojos como motivación. Pase lo que pase a los protagonistas, al final prácticamente nada de lo sucedido tendrá una repercusión real ni importante en el mundo en el que estos se mueven. Y eso lo único que consigue es dejar muy frío al lector, con una sensación de decepción profunda dado lo que se esperaba de este autor.

Al final, todo se limita a intentar saber qué es el misterioso contenedor, qué contiene: ¿drogas? ¿armas? ¿documentos secretos? ¿tecnología revolucionaria?, a quién pertenece, quién lo ha puesto en marcha, dónde lo ha enviado, quién es el destinatario y qué quieren del mismo toda este variopinto y dispar conjunto de personajes y para qué. De forma voluntaria o medio obligados todos correrán en una especie de carrera a ciegas para ser los primeros en poner sus ojos sobre el objeto hasta alcanzar un desenlace, como poco, anticlimático. Desde luego, Gibson aprovecha para dar salida a muchos temas paralelos con los que el lector puede sentir que no ha perdido del todo el tiempo con la lectura: la forma en que se utiliza la tecnología y como su abuso puede producir una quiebra en la sociedad; el poder de la información y el peso obstaculizador de la burocracia en su intercambio; la volatilidad de la fama, que tan pronto se va como vuelve; la Historia secreta, ajena al común de los mortales; las manos en las sombras que mueven los grandes hilos; la excentricidad que permite la riqueza; el miedo que puede condicionar la actuación de toda una sociedad, llegando a renunciar a principios fundamentales tan solo para sentirse segura —la visión mostrada de unos Estados Unidos absolutamente doblegados por la congoja y la confusión que todavía hoy produce en ellos los hechos del 11-S, la paranoia creada en la psique colectiva al punto de que la desconfianza es el sentimiento predominante en cualquier relación nueva o cómo se desgarran por dentro con una guerra tan impopular como inacabable en Irak y Afganistán... Un país que se ha apartado peligrosamente de sus principios fundacionales y que todavía no ha encontrado un nuevo marco firme con el que remplazarlos— y que aún así nunca puede quitarse de encima la sensación de estar siendo continuamente vigilada, escuchada y observada. Es fácil darse cuenta de que País de espías y Mundo espejo no solo comparten un mismo escenario, sino que casi se superponen, dando lugar a una lectura paralela de resultados cuando menos curiosos, cuando no insospechados. Aunque, tras todo ello, lo cierto es que la sensación es de cierta indiferencia, la narración no consigue despertar un auténtico interés sobre lo que está pasando o sobre el destino de contenedor y personajes. La lectura termina siendo muy desapegada, sin implicación alguna, lo cual no deja de ser una lástima.

En cuanto al estilo, Gibson permanece fiel a sí mismo, con oraciones y frases cortas, cargadas de significado, directas y algo descarnadas; con metáforas duras, industriales, grises como las ciudades que pretende retratar, como el presente un tanto descorazonador en el que sitúa a sus personajes; con diálogos concisos, breves, que nunca van mucho más allá de lo que es imprescindible decir, pero con unas resonancias muy realistas, cargadas de significado, dando a cada personaje una voz y unos sentimientos perfectamente definidos e individuales.

Y después de todo, el lector se queda con demasiadas preguntas, con demasiados hilos que no van a ningún sitio, con demasiados detalles que al final no sirven para nada y que si Gibson se hubiera centrado un poco más en ellos se antoja que pudiera haber salido una novela mucho más interesante. Al final quedan demasiados destinos en el aire, demasiadas cuestiones sin resolución y demasiados callejones sin salida. Una lástima. Esperaba pero que mucho más de Gibson. Mi conclusión: Mucho ruido, demasiado, y pocas, muy pocas, nueces.

lunes, 18 de enero de 2010

Reseña: La princesa prometida

La princesa prometida.

William Goldman
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Reseña de: Amandil.

Martínez Roca, Barcelona 1999. Título original: The princess bride. Traducción: Celia Filipetto. 252 páginas.

Cuando William Goldman (guionista de cine y televisón reconocido con múltiples premios como los celebérrimos Oscars) escribió en 1973 La princesa prometida probablemente no era consciente de que estaba creando una novela de aventuras llamada a ser un clásico. En su ánimo más bien estaría el escribir un relato cómico, bastante cínico en ocasiones, en el que bajo el pretexto de volcar algunas experiencias personales, narraba un bello cuento romántico que tendría como principal argumento la lucha de dos personajes arquetípicos, Westley y Buttercup, en pos de su porción de Amor Verdadero.

Al ser un relato pretendidamente tópico no faltarán los malos "modélicos", encarnados en las figuras del Conde Rugen, el Príncipe Humperdinck y el taimado siciliano Vizzini; los compañeros de los buenos, como el popular Íñigo Montoya, el forzudo Fezik y Max Milagros, los duelos a espada, las persecuciones, los juegos de inteligencia, los animales fantásticos, las peleas absolutamente desequilibradas a favor de los malos y la eterna lucha entre el bien y el mal. En definitiva La princesa prometida lo tiene todo. Hasta una película tan atractiva como el libro y guionizada por el mismo autor.

La historia es bien sencilla:

El libro preferido de William Goldman es un libro que nunca leyó. O, mejor dicho, es un libro que le leyó su padre cuando era niño y que él nunca leyó por sí mismo. Se trata del clásico de la literatura de Florín, La princesa prometida, escrito por S. Morgenstern, y que es un compendio de aventuras y amoríos. Así que ¿qué mejor regalo de cumpleaños para su propio hijo que un ejemplar de aquella obra? Sin embargo, para su decepción, en su hijo no parece despertarse la misma pasión que él vivió cuando se lo leyó su padre. ¿Cómo es eso posible? Sencillo. Su padre le leyó sólo las partes del libro que contenían cosas "entretenidas", saltándose aquellas aburridas y completamente ajenas a los gustos de un niño. Contrariado por el descubrimiento Goldman decide "reescribir" una versión "breve" que sólo incluya la historia que le contó su padre en la lejana infancia... Esa versión breve es la que da cuerpo al libro.

En ella la atractiva Buttercup y el mozo de cuadras de su casa, Westley, se enamoran perdidamente. Debido a la pobreza el buen mozo decide viajar a América para hacer fortuna y así poder empezar una vida junto a su amada. Pero en su viaje se cruza el terrible pirata Roberts y todo el mundo sabe que nunca hace prisioneros. Buttercup, finalmente, pese a estar destrozada por la noticia se ve empujada a aceptar casarse con el príncipe de Florín, Humperdinck, quien, en realidad pretende asesinar a su joven prometida para acusar del crimen al país vecino, Guilder, y empezar una guerra contra ellos. Para lograr su objetivo contrata los servicios de un grupo formado por el espadachín español Íniño Montoya, el gigantesto luchador turco Fezik y el inteligente y malvado siciliano Vizzini. Todo parece ir de maravilla hasta que se cruza en el camino de los maleantes un misterioso "hombre de negro" que parece empeñado en liberar a Buttercup...

La narración escrita por Goldman se caracteriza por un estilo cómico y sencillo en el que el lector se siente en todo momento atrapado por una trepidante acción y una trama amable, muy entretenida y bien llevada, que parece beber del modo cinematográfico más que del literario. Abundan las imágenes de fácil descripción y muy evocadoras (los Acantilados de la Locura, el Zoo de la Muerte, la historia de Íñigo, las aventuras del pirata Roberts, la hilarante intervención de Max Milagros) que resaltan en todo momento la vis cómica y ágil que impregna absolutamente todo el relato. Además, utilizando el truco de insertar comentarios del propio autor en cursiva, añadiendo anécdotas ajenas a la historia, valoraciones intrascendentes pero divertidas y críticas bastante cínicas a lo que va contando, se desarrolla una especie de doble lectura paralela (la de las aventuras de Buttercup y Westley y las ocurrencias de Goldman en su "resescritura" del clásico de Florín) que enriquece la novela y añade un cierto toque de esperpento genial al conjunto.

En definitiva, La princesa prometida, es uno de esos libros que se pueden leer perfectamente sin necesidad de ser seguidor acérrimo del género fantástico ya que es, en realidad, una obra cómica que bebe de los elementos comunes a muchos libros de aventuras de espadachines clásicas. Su ritmo, su estilo y, sobre todo, lo amena que es la lectura, hacen que pase en un suspiro y que se tengan ganas de leer más o, en su defecto, releer la obrita cada cierto tiempo recordando el buen sabor de boca que deja y lo divertida que llega a ser por momentos.

Indispensable.

jueves, 14 de enero de 2010

El libro del cementerio

El libro del cementerio.

Neil Gaiman.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Roca editorial. Col. Rocajunior. Barcelona, 2009. Título original: The Graveyard Book. Traducción: Mónica Faerna. Ilustraciones: Chris Riddell. 293 páginas.

Neil Gaiman vuelve a navegar con acierto dentro de la Literatura Juvenil y, como ya hiciera en Coraline, lo hace sin renunciar ni un ápice de su particular cosmogonía y estilo temático. Así, El libro del cementerio pertenece abiertamente al género del terror ─aunque beba a su vez de muchos otros─ desde el mismo principio en que un niño pequeño, apenas un bebé, huye de su casa perseguido por un brutal personaje que acaba de asesinar a sus padres y a su hermana mayor, y se refugia en un cementerio donde será adoptado por los fantasmas que lo habitan. Un curioso morador del lugar, Silas, un individuo que no está vivo pero tampoco muerto, poseedor de ciertos poderes psíquicos y que solo sale de noche, se convertirá en su tutor y le dará nombre: Nadie, porque es un niño que “no se parece a nadie”. Nadie Owens, apellido del matrimonio fantasma que lo adopta como hijo, crecerá en el antiguo cementerio ─que ya hace bastante tiempo se convirtiera en una reserva natural en detrimento de su función original, pero sin retirar las tumbas─ rodeado del mundo paranormal, de espectros a cada cual más extraño y ansiando en ocasiones salir a un exterior idealizado que le está vedado mientras la amenaza del asesino de su familia, el Hombre Jack, permanezca activa.

El autor, como ya ha demostrado en numerosas ocasiones, es un maestro en la creación de atmósferas. Mediante un lenguaje y una narración algo más sencillas que en sus novelas «adultas», consigue impregnar cada página de un sabor especial, de una fascinación por lo que está sucediendo y por dónde está sucediendo que hace que se devore el libro, capítulo tras capítulo hasta el agridulce final, sin apenas reposo. Y eso que su estructura interna, que convierte cada uno de esos capítulos en un cuento casi independiente dedicado a un periodo concreto del crecimiento de «Nad», invita a una lectura más reposada de cada uno de ellos, paladeando cada historia con tranquilidad y disfrutando de cada aventura por separado; aunque, confieso, es difícil esperar tanto, dejar pasar el tiempo entre uno y otro, y así la lectura dura un suspiro ─de satisfacción, eso sí─. Como libro infantil-juvenil lo que Gaiman narra no deja de ser bastante previsible (desde una óptica adulta, por supuesto), pero la forma de narrarlo, el cariño que destila cada página y cada personaje, lo aleja de otros libros similares de esta categoría. La imaginación desborda en cada situación y descripción, y Gaiman consigue con una apariencia de increíble sencillez unir el mito antiguo con lo nuevo ofreciendo al lector una experiencia francamente interesante.

El autor parece, no obstante, muy consciente del público al que se dirige en esta ocasión y factura una historia sin excesivas complicaciones ni giros rompedores. El libro del cementerio se encuentra narrado mucho más en “blanco y negro” que otras de sus obras anteriores; el bien y el mal se encuentran perfectamente definidos a pesar de que la forma de actuar de las criaturas que se encuentran a uno y otro lado de la línea no siempre se corresponden con la naturaleza habitualmente aceptada en su versión más clásica ─los fantasmas son, mayoritariamente, encantadores. Los ghouls, a pesar de provocar escalofríos de miedo, tienen algunas de las escenas más hilarantes del libro. Los licántropos no son en absoluto lo que parecen en un primer vistazo…─. El caso más evidente es el del propio Nadie; Gaiman se sirve de la excusa de su infancia en el cementerio, de su falta de contacto con el exterior, para dotarlo de una personalidad que se antoja demasiado plana: el chico siempre es bueno, carece de cualquier tipo de malicia, siempre busca hacer lo correcto y su inmensa curiosidad tan solo busca iluminación, conocimiento sobre el mundo que le rodea, y nunca causar daño. Siempre es amable y reflexivo, siempre está lleno de esperanza y no se deja llevar por el desánimo, siempre hay una luz para él brillando en lo más oscuro para mostrarle el camino correcto. Y en el caso de que sus acciones involuntariamente lleguen a provocar algún perjuicio, siempre está dispuesto a reconocer su culpa e intenta reparar el fallo. No hay doblez, no hay malicia, no hay doble juego, ni engaño, ni segundas intenciones, ni falsedad en Nad. Es, quizá, demasiado virtuoso y, aunque supongo que la intención era presentar al joven lector una figura ejemplarizante, tal vez ese lector lo pueda encontrar con un puntito de ñoñería, siendo sin embargo este el único defecto «grave» que se puede achacar a la novela.

El libro del cementerio navega entre la historia de terror y la aventura del crecimiento del chico en un entorno extraño, plagado de misterios y amenazas, de seres primigenios que aguardan al destino en antiguas criptas, dotándolo con un toque de locura surrealista ─la danza macabré es un capítulo genial, que embarga de nostalgia y rompe los esquemas preconcebidos─ y un humor algo oscuro que termina siendo muy inocente. La novela narra el tránsito de la infancia a la adolescencia de Nad, dedicando cada capítulo a un episodio concreto, casi independiente del resto (de hecho, el propio autor reconoce haberlos escrito desordenadamente, detalle que se nota en algunos momentos en el estilo, desigual en ocasiones) y donde se van presentando nuevos personajes y nuevos retos que superar y con los que ir construyendo la personalidad del muchacho de cara a enfrentarse a la amenaza que oscurece su futuro. Cada vez que Nadie abandona el cementerio se ve abocado a un peligro desconocido, pero siempre presente; sin embargo su voluntad demostrará ser más fuerte que cualquier amenaza, y su deseo de vivir, de conocer, se verá enfrentado a la inmovilidad y a la falta de cambios en la “sociedad” de los fantasmas. Al final, para crecer hay que abandonar la infancia, la seguridad del nido, por mucho que el proceso pueda doler.

Existe en ello una ambivalencia curiosa, por un lado la honestidad con que Gaiman trata a sus lectores más jóvenes, mostrándoles un mundo que puede ser cruel y aterrador, lleno de sombras y amenazas, pero a un tiempo dotándolo de personajes sin apenas matices de gris. De todas maneras, está claro que esta dicotomía no es impedimento para que la novela haya recogido ya un buen número de premios importantes ─el Newbery, el Hugo─ y que se haya confirmado que Neil Jordan la adaptará al medio cinematográfico.

El libro del cementerio es una lectura inquietante a ratos, conmovedora, sugerente, nostálgica, divertida, oscura, dolorosa, amable y hermosa. Y sobre todo muy evocadora gracias a las vívidas imágenes con las que el autor puebla el texto. Un texto que viene acompañado en la edición de Roca de las descriptivas ilustraciones de Chris Riddell, en detrimento de las más inquietantes que Dave McKean hiciera, con un carácter sin duda más adulto, para una de las dos versiones anglosajonas. Quizá esta no sea la mejor o más «redonda» obra de Gaiman, pero sin duda consigue descollar por encima de la gran mayoría de novelas que compiten en su «liga». Recomendable para jóvenes lectores y para los adultos que quieran recuperar o todavía conserven parte de su niñez. Yo la he disfrutado mucho.

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Otras reseñas de obras del autor:

Los hijos de Anansi.

Coraline.

El cementerio sin lápidas y otras historias negras.



Libros recibidos. Enero 2010

Grupo Ajec ha tenido la amabilidad de hacernos llegar los siguientes ejemplares de prensa de dos de sus lanzamientos: