lunes, 16 de junio de 2014

Reseña: Leo Circus

Leo Circus.

J.E. Álamo. Roberto Malo. Verónica Leonetti.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Kelonia editorial. Valencia 2014. 72 páginas.

Álamo y Malo, escritores, y Leonetti, ilustradora, han unido esfuerzos para ofrecer a los lectores un sugerente libro cargado de lirismo y drama ―sólo hay que observar el comienzo― con la historia de un muchacho con una sensibilidad especial, fruto quizá de un defecto de nacimiento. Escrito a cuatro manos es grato comprobar que el texto no presenta ningún tipo de disparidad, presentando, a pesar de tratarse de una serie de relatos encadenados, una obra homogénea y muy agradable de leer. Todos los elementos fluyen de manera natural, sin poder asegurar qué autor ha escrito cada relato o capítulo o si ambos han trabajado al unísono en todos ellos. El conjunto es más fuerte que sus partes y la historia que se va recreando en la mente de los lectores compone un fresco fantástico lleno de mensajes positivos y refrescante humor. La entrega a los demás, la ayuda desinteresada, el amor sin condiciones, la fascinación por lo desconocido, la superación ante la adversidad, la triste realidad de la naturaleza humana, el valor y la decisión para afrontar los problemas, la generosidad más absoluta… Un libro ilustrado sí, pero en absoluto con un enfoque decididamente infantil ―aunque también pueda serlo―. Antes bien, el lector «maduro» va a poder encontrar un gran número de guiños, referencias y detalles tan sutiles como divertidos que sin duda le harán muy grata la lectura. Un libro, pues, para todas las edades, y sobre todo para aquellos lectores que estén dispuestos a dejarse sorprender y conmover por historias algo «diferentes» y poco convencionales.

Leo es un niño singular. Nacido con ojos de pez, su destino parecía trágico, pero el enorme amor de sus padres convirtió sus primeros diez años de vida en una existencia feliz. Sin embargo, otra tragedia, esta sí, le esperaba en su camino, y la muerte de sus progenitores en un irónico «accidente» trunca esa felicidad. No obstante, Leo decide no dejarse llevar por la desdicha, hacer de la tragedia una oportunidad y cumplir su sueño de salir a conocer ese amplio mundo que siempre le ha fascinado en sus lecturas, sin saber a qué aventuras, y criaturas, habrá de enfrentarse. Mientras tanto, en la pista de Circus, número tras número de singular belleza se van sucediendo a cada cual más maravilloso, tétrico, triste, evocador y sorprendente.

La estructura del libro muestra las vivencias de Leo en su periplo por el bosque de Lilith, ese viaje iniciático de un niño a través de cuyos inocentes, y velados, ojos el lector va a descubrir un mundo lleno de maravillas, alternándolas con los números que el Gran Grizzly, el jefe de pista, va dando paso con personajes a cada cual más llamativo y sorprendente. Brujas, adivinos, piratas ―¡como me ha recordado cierto pasaje a La Princesa Prometida!―, ladrones, licántropos…, todos, como el propio Leo, buscando su propio destino, su lugar en el mundo. Cada número, cada actuación es un cuento fascinante, alguno sobrecogedor, otro nostálgico, otro con un ramalazo de optimismo; tétricos, evocadores, misteriosos, inquietantes, conmovedores, perversos, melancólicos... El circo siempre ha sido sinónimo de magia para niños y mayores, y el espectáculo que cada noche tiene lugar en Circus es precisamente eso, magia condensada en palabras, imaginación desatada. Pero que nadie espere domadores de fieras, payasos al uso o meros saltimbanquis. En Circus cada número está cargado de un ambiente de irrealidad, de hechos imposibles detenidos en el tiempo, que convierte cada actuación en plena poesía.

Álamo, Malo y Leonetti
Quizá la reminiscencia más fuerte, y no sólo porque en ambos casos aparezca un circo, se pueda asociar con el Big Fish de Tim Burton ―sin olvidar alguna de sus otras películas―, con esa estructura que va presentando unas historias encadenadas con un toque entre onírico y surrealista, fantasioso pero cercano, que de alguna manera conducen al ¿inevitable? final. Pero también se intuye entre sus páginas la presencia del Gaiman de Stardust o de Coraline, con ese toque que diluye las fronteras entre lo real y lo mágico, creando mundos que se pueden visitar a cualquier edad. E, incluso, es posible rastrear ―y no sólo por confesión del propio Álamo― una esencia de ese Bradbury atemporal, amante de las ferias y los ambientes otoñales. Es éste un libro que destila una enorme ternura, una delicadeza y amor por lo que se está relatando, y que, de alguna manera, ofrece también una revisión muy sui generis de los cuentos clásicos de la infancia, visiones originales, y diferentes, del «Lobo Feroz» o la «Bella Durmiente» ―pero que nadie espere verlos como tales―, que con ciertos giros y sutiles indirectas ofrecen una lectura totalmente renovada, y que llaman al inconsciente colectivo con el sabor de los sueños compartidos.

Las ilustraciones de Leonetti, con esos retratos cercanos de los rostros de los protagonistas y esas dobles páginas con escenas significativas de lo narrado, acompañan a la perfección el ambiente evanescente de los relatos. Con su punto de oscuridad y ese toque de misterioso distanciamiento, y un colorido cálido y evocativo, son el contrapunto perfecto a las historias contenidas en el libro. Detrás de la intensa mirada del Leo en la circense portada, cabe una mención especial también a la cuidada edición en papel couché y encuadernado en cartoné, con una presentación impecable que hace al libro francamente atractivo para los ojos. Sin duda, un pequeño gran regalo.

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Reseña de otras obras de los autores:

Roberto Malo con Fco. Javier Mateos y David Guirao:
    El príncipe que cruzó allende los mares.


J.E. Álamo:
    Penitencia. 

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