miércoles, 9 de julio de 2014

Reseña: Aniquilación

Aniquilación.
Trilogía Southern Reach I.

Jeff VanderMeer.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Destino. Col. Áncora y Delfín # 1293. Barcelona, 2014. Titulo original: Annihilation. Traducción: Isabel Margelí. 237 páginas.

Con poco ―muy poco― material de VanderMeer publicado en nuestro país, aunque tampoco es que sea especialmente prolífico en novelas, nos llega ahora la primera entrega de su más reciente trabajo hasta la fecha, la apertura de una trilogía en la que lo «extraño» prima sobre cualquier otro contenido. Una extrañeza que empieza a bordear sutilmente el horror cuando las cosas que se daban por sentadas, aquello que supuestamente nos dicen los sentidos, empiezan a variar, a no ser lo que parecen, y a esconder secretos que por su misterio se antojan aterradores. Thriller psicológico, suspense, misterio, ciencia ficción social, fantasía oscura, diario de viaje y exploración, aventura… H.P. Lovecraft, Joseph Conrad, Margaret Atwood, los hermanos Strugatsky, John Wyndham, Cormac McCarthy… sobrevuelan temática o estilísticamente en un momento u otro sobre la trama. VanderMeer ha destilado hasta la esencia toda una forma de hacer Literatura, una forma de ver el mundo, ominosa, amenazante, intrigante, mutable, extraña, condensando en dos centenares de páginas toda una desconcertante aventura.

En un impreciso tiempo futuro, el Área X es un territorio costero de situación geográfica y límites indeterminados y variables ―¿está siquiera situado en nuestra realidad?―, y de lenta, pero continua, expansión. Antaño mínimamente poblado y ahora deshabitado y bajo estricta cuarentena, diversas expediciones enviadas por una misteriosa organización llamada Southern Reach, una agencia clandestina del gobierno, han intentado infructuosamente de encontrar un sentido. Todo resulta a la vez conocido y alienígena, siniestramente intrigante, como si un trozo de otro planeta se hubiera instalado sobre el nuestro.

Ahora ha llegado allí la décimo segunda expedición, compuesta por cuatro mujeres de las que el lector nunca llega a conocer el nombre, sino que son referidas en todo momento por su especialidad o profesión: una psicóloga, una bióloga, una topógrafa y una antropóloga. Cuatro mujeres enviadas a cartografiar, a estudiar, a documentar, a catalogar, a experimentar tanto todo aquello que encuentren a su paso como las reacciones de sus propias compañeras, muy mal preparadas y confusamente advertidas para los misterios que van a ir encontrando y enfrentando. Escrito en forma de diario, el lector irá descubriendo las peculiaridades del lugar a través de las impresiones e investigaciones que la bióloga irá plasmando en su cuaderno, con una creciente tensión conforme se amontonan los sucesos que no puede explicar. Lo extraño, o la extrañeza, las asalta a cada paso. Los ecosistemas resultan desconocidos, sutilmente alterados desde algún tronco común. Los datos recopilados empíricamente carecen muchas veces de sentido. Se enfrentan a una realidad muy diferente, ajena a sus experiencias previas y a cualquier idea preconcebida que trajeran con ellas.  Una vez más, en realidad lo importante es el viaje y la observación, las relaciones, las expectativas confrontadas ―y muchas veces aniquiladas― por la experiencia, más que la acción en sí misma.

Desde el primer momento la manipulación, por parte de Southern Reach, por parte de sus compañeras, por parte del propio Área X, guía sus actos, forzándolas a darse cuenta de lo inadecuadamente preparadas que se encuentran. Su formación es limitada, sus conocimientos del terreno escasos, su información vaga, errónea, confusa y engañosa. Ni siquiera saben cómo han entrado en el Área o cómo van a poder salir. Sus mentes han sido hipnóticamente condicionadas para obedecer a la «lider» ―la psicóloga― y para «ver» lo que parece más adecuado en vez de lo que es «real», llevándolas a diferir en sus observaciones y produciendo profundas disensiones… Y es que, ¿en qué puede una confiar cuando sus propios ojos, por no hablar de su mente, parecen estarle engañando?

Donde sus compañeras ven un profundo pozo, la bióloga ve una torre que en lugar de alzarse hacia el cielo se entierra en la tierra. Una torre en cuyas paredes un «organismo» escribe ominosas y muy posiblemente proféticas frases, y que podría estar habitada por un desconocido «monstruo». La etiqueta, la nomenclatura, cobra singular importancia ante una observación cuestionada, desvirtuada, confusa, ya que la «realidad» parece ser muy diferente de lo que ellas perciben. Cual acertadas metáforas la descripción de los lugares fijan la realidad y todo deviene en símbolo: la torre ―no es lo mismo, en absoluto, si se ve como un pozo―, el faro ―con todos sus secretos a plena vista―, las marismas ―y la criatura que las habita―, el mar ―y sus promesas―, la fotografía ―el críptico mensaje sin palabras―...

El extraño no es el ajeno, sino uno mismo. Ya en su vida «anterior», cuyo conocimiento va ofreciéndole al lector mediante breves, y a veces contradictorias, confesiones en su diario, la bióloga se encontraba un tanto perdida, fuera de lugar, sin saber su rumbo, cuestionándose sus conocimientos, su matrimonio ―antes y después del retorno de su marido― y su propia vida. Así su estancia en el Área X es tal vez el principio de un camino para encontrarse a sí misma, para definirse como persona. Y el primer paso es la aceptación, la comunión con lo extraño, antes que la rebelión ante sus diferentes formas. La infección no da paso a la enfermedad, sino a un «renacimiento», a una nueva visión del mundo que la rodea.

El Área X es inaprensible, escapa a la comprensión humana e invita a la locura. Para mantener la cordura la mente adjudica formas reconocibles a lo cambiante, negando lo imposible. La bióloga necesita aferrarse a sus conocimientos, a su formación científica, para obtener respuestas a unas observaciones que la llevan más allá de la lógica y de la razón internándola en territorios movedizos. Al final, nada la ha preparado para lo que se encuentra y debe cambiar su forma de pensar para adecuarse a su nuevo mundo; sólo cabe continuar hacia adelante, sin poder confiar en nada de lo que encuentran, ni en nada ni nadie ―incluidas sus compañeras― de lo que las rodea. A un mismo tiempo, el lector, cuyos datos provienen todos de la bióloga, debe cuestionarse lo que ella le está comunicando. Todo lo percibido se percibe a través de ella, matizado por sus comentarios. A un tiempo ella va ofreciendo datos de su vida pasada, de todo lo que la llevó a tomar la decisión de formar parte de esta duodécima expedición, pero también se guarda celosamente muchos secretos hasta que no le queda más remedio que compartirlos, y entonces el lector debe cuestionarse lo narrado a la luz de los nuevos conocimientos.

Para enfrentar a lo desconocido debe enfrentar sus propios temores y miedos. Se produce la deconstrucción del ser, la disolución de la identidad, tanto propia como ajena. La ausencia de nombres «deshumaniza» a las científicas y las convierte en meros recipientes de su investigación, sondas en busca de respuestas, prescindibles ―y de hecho alguna desaparece pronto de escena― observadoras objeto de observación ellas mismas, meros experimentos... Algo a lo que el autor potencia con casi absoluta falta de caracterización de las expedicionarias, la escasa descripción de rasgos o personalidad más allá de todo lo que revela sus acciones ―y es mucho― y sus conocimientos. Lo psicológico cobra más importancia que lo físico o lo palpable.

Con una atmósfera por momentos onírica y por momentos opresiva, ominosa, ajena, de pesadilla, y con esa elusiva percepción de tener las respuestas siempre a punto de revelarse pero siempre escabulléndose entre las sombras, se hace palpable la inquietud de las protagonistas, la angustia e incertidumbre a las que se ven sometidas, las dudas ante todo lo que que desconocen y todo lo que les han ocultado antes de comenzar la misión, la desconfianza que surge entre ellas condicionando la convivencia y el destino de la expedición. VanderMeer consigue una auténtica inmersión en la lectura, atrapa y hace partícipe al lector de toda la frustración de la bióloga, de toda la tensión, del desasosiego ante unas revelaciones que en realidad producen más dudas y preguntas…

Con un ritmo adecuado, ―dilatado, distante, más promesa que realización―, un estilo fuerte, una prosa sencilla ―y no es nada fácil escribir «sencillo», con cada palabra, cada frase, cada descripción en su sitio con un propósito concreto―, elegante, subyugante y evocadora, y una estructura narrativa que fuerza a seguir leyendo ―esperando una respuesta que no llega― y hace que el libro se acabe en un suspiro, temáticamente tal vez no sea esta una lectura para cualquier lector, hay que estar preparado para la extrañeza, para los saltos mentales y el horror, para la falta de concreción..., pero es un muy buen, y entretenido, libro. Primera entrega de la trilogía, Aniquilación termina con una especie de inevitable cliffhanger que pone los cimientos para los siguientes libros, Autoridad y Aceptación ―ambos también de próxima publicación en Destino este mismo año―, dejando sin respuesta muchas incógnitas sobre lo que les sucedió a las anteriores expediciones, las profecías escritas en la «torre», el faro y su contenido, y otras muchas cuestiones que encierra el intrigante Área X. Y, sin embargo, se podría decir que la novela se cierra de una forma perfecta y coherentemente fiel a la extrañeza surgida a lo largo de toda la trama.

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