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sábado, 5 de julio de 2014

Reseña: Tiempo profundo

Tiempo profundo.

VV.AA. (Rec. Luis G. Prado).

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Artifex. Madrid, 2014. Título original: Riding the Cocodrile; The Server and the Dragon; Palimpest; The Island; The Far End of History. Traducción: Luis G. Prado, Carlos Gardini y Carlos Pavón. 223 páginas.

Una antología largamente gestada, y esperada, y que ve la luz gracias al nuevo sello de venta directa del editor Luis G. Prado, Artifex, recopilando obras de cinco de los autores más punteros de la ciencia ficción transhumanista actual, esa cuya acción transcurre mucho después de la Singularidad, dentro de cientos de miles de años en el futuro, y que algunos defienden como la más pura expresión del género, junto con el hard «con el que guarda un más que cercano parentesco». Sólo con leer el prólogo: La cf trans, de Luis G. Prado, el lector se da cuenta de ello. Se podría entrar en el eterno debate sobre el término «ciencia ficción» y sus múltiples variables, pero el del editor no deja de ser un análisis ciertamente muy interesante y punzante, a la par que un tanto controvertido y que «barre para casa». Greg Egan, Hannu Rajaniemi, Charles Stross, Peter Watts y John C. Wright ofrecen su particular visión de ese futuro lejano, donde el tiempo ha dejado de ser un obstáculo para convertirse en un aliado en los grandes proyectos galácticos, y la Humanidad ha evolucionado en muy diferentes formas trascendiendo la actual. No son textos precisamente sencillos, y lo cierto es que se trata de una antología cuya lectura necesita de una adecuada «digestión» para su correcto disfrute y aprehensión, con lo que es recomendable dejar un tiempo de reflexión, y descanso, entre relato y relato.

El título de la antología se encuentra muy adecuada, e intencionadamente supongo, elegido, pues el tiempo es uno de los factores comunes a todos los relatos. Relatos de una escala desmesurada, que hablan de unas obras de ingeniería de proporciones colosales, de dimensiones ciclópeas, y que se dilatan a lo largo de los milenios, dirigidas por mentes e inteligencias que apenas pueden considerarse humanas, dueñas de la eternidad. Unas vidas dilatadas de las que surge la fascinación por todo lo existente, pero también un hastío ante esas prolongadas existencias que permite el post humanismo de sus protagonistas, con la aplicación de todos los adelantos científicos que han de devenir.

Abre el volumen A lomos del cocodrilo, de Greg Egan, con el proyecto de primer contacto con una civilización que parece no querer ser contactada. En el fondo, una bella historia de amor incondicional, de entrega total, cuando la existencia y la convivencia se puede contar en milenios. En un futuro muy lejano, dentro de la civilización galáctica conocida como la Amalgama ―en la que el autor ha situado varios de sus relatos―, diversas formas de «inteligencia», tanto digitales como biológicas y todos los estadios intermedios posibles, humanas y alienígenas, conviven sin problema. Desde cuerpos físicos con las más diversas formas, eso sí hasta volcados de software en diversos soportes habitan la galaxia, ya sea en superficies planetarias, en realidades virtuales informáticas o en hábitats espaciales de muy distinto tipo, transmitiendo sus conciencias de sistema estelar a sistema estelar mediante transmisiones a la velocidad de la luz y reconstruyendo sus soportes luego.

Tras más de 10.300 años juntos, Leila y Jasim empiezan a pensar en dar un final a su existencia; pero sienten que deben hacerlo cumpliendo algún gran proyecto, algo grandioso y atrevido, una última realización personal con la que soñar juntos no importa lo que tarden en el intento. Y qué mejor que observar y desvelar los misterios de los Distantes, los herméticos habitantes que se esconden en el bulbo central de la galaxia. A través de la última frontera en un universo que prácticamente ha abolido las fronteras miles de sondas han sido enviadas y todas han sido devueltas en blanco, sin datos relevantes; muchos son los que han intentado comunicarse con ellos de forma infructífera hasta el momento. Pero gracias a la enorme potencia de cálculo disponible, que ha permitido la catalogación de cualquier aspecto del universo conocido, la pareja considera que la empresa no es del todo imposible, aunque requiera una dilatada inversión temporal y material; así que, con la colaboración de otros muchos seres de la Amalgama, emprenden la tarea. Y el resultado, que llega a poner en cuestión sus iniciales convicciones…, el resultado es algo que debe descubrir cada lector. Dentro de los temas propios del autor, lo cierto es que es un relato bastante asequible para cualquier público, con un nivel más «accesible» que algunas de sus obras anteriores. Es curioso cómo, a pesar de la distancia y la «evolución», de las distintas formas de relacionarse de las nuevas sociedades, al final Egan está hablando directamente al corazón humano, a sus anhelos, sueños y esperanzas, al deseo de dejar huella, de amar y ser amado, de descubrir, de obtener conocimientos y despejar las dudas.

La segunda obra, El servidor y el dragón, del filandés Hannu Rajaniemi, es la más corta y emotiva de las narraciones incluidas en el volumen, a pesar de que no hay en ella personaje humanos en absoluto, aunque de alguna manera puedan estar sus «descendientes». Post humanismo, desde luego. El servidor «nace» de una pequeña semilla disparada por una naveoscura hacia el Gran Vacío, a medio millón de años luz de la galaxia, para ampliar el alcance de la Red. Durante milenios se limita a esperar, solo, con poco esperanza de recibir a un viajero o un paquete cuántico de información. En el fondo, sabe que seguramente su soledad durará mucho tiempo, así que decide emprender un proyecto realmente especial: crear un nuevo universo. Pero entonces llega el dragón, que encuentra en el servidor el lugar perfecto para desarrollarse. Parecían hechos el uno para el otro, pero el destino siempre es cruel. Dentro de su extrañeza, de la grandeza del decorado y de lo extremo del planteamiento, la creación de un «universo bebé», perfectamente pudiera decirse que es una historia de terror romántico que remite a un proceso informático muy común hoy en día, con un final tan triste como devastador, ¿con un rayito de esperanza?

Rajaniemi vuelca gran cantidad de física en los postulados de este relato, pero con una prosa menos críptica que, por ejemplo, la utilizada en El ladrón cuántico. La expansión y colonización por la galaxia se sirve de máquinas Von Neumann, atadas a una ley de no autorreplicamiento, para salvar las inmensas distancias tanto espaciales como temporales. La acción se dilata a lo largo de los milenios, a un ritmo cósmico que no necesita apresurarse, aprovechando las facultades de la Inteligencia Artificial, y constatando que incluso ésta tiene necesidad de compañía frente al terrible aburrimiento de la soledad galáctica.

A continuación, Palimpsesto, de Charles Stross, acompaña al lector en una intensa historia de viajes en un tiempo que se retuerce sobre sí mismo, de paradojas, existencias borradas y personalidades alternativas, que de regalo, además, incluye un pequeño homenaje a La patrulla del tiempo de Poul Anderson. Stross presenta al protagonista, Pierce, tomando una difícil decisión, y enseguida plantea de inicio una teoría de la física ―sin obviar la relatividad― que posibilitaría el viaje en el tiempo basándose en la existencia de «puertas temporales», agujeros de gusano que conectan dos aberturas en el espacio-tiempo cuatridimensional, y luego da rienda suelta a la acción. Importa la aventura, pero también importa el cómo ésta puede ser posible, aunque sin llegar a condicionar el relato con un exceso de exposición innecesaria, ni evitarla tampoco ―incluyendo la presentación de una serie de «diapositivas» que atendienden a diversas etapas del sistema solar en momentos críticos para la supervivencia de la especie humana―.

El autor plantea temas como la soledad del agente temporal, la extrañeza al ser arrancado de su tiempo o las paradojas ante la evidente posibilidad de cambiar la Historia si es que esta se presupone inmutable. Pero también otros más tangenciales como la existencia de vida extraterrestre o la posibilidad de encontrarse con uno mismo y los conflictos que ésto conlleva. Abarcando el inmenso periodo de la Historia de la humanidad, desde el pasado más lejano hasta el más distante futuro, el relato sigue las peripecias de Pierce dentro de la agencia temporal de la Estasis, dedicada a la preservación a cualquier precio de la vida humana, incluso «trayéndola» de vuelta con diversas «regerminaciones» tras eventos críticos que han llevado a su extinción; recopilando, además, todo el saber de incontables civilizaciones en una ilimitada Biblioteca situada, literalmente, al Final del Mundo.

Una organización con una misión y una determinación inamovibles, la preservación de la Tierra ―de una Tierra― como un hogar viable para la humanidad frente a un Sol agonizante, a una futura colisión galáctica que arrasaría con toda existencia y al propio envejecimiento del universo, pero cuyos miembros pueden actuar por razones equivocadas, llegándose a producir enfrentamientos entre diferentes facciones según sea su interpretación de los hechos. Además, siempre existirán aquellos que quieran enfrentarse a la organización, tanto desde fuera como desde dentro, y modificar la Historia en busca de su provecho personal. Como el palimpsesto del título, los eventos son escritos, borrados y sobreescritos, aunque cada actuación deja un rastro que se superpone sobre el anterior. Así, la propia trama imposibilita un relato lineal, haciendo que los saltos adelante y atrás, y en paralelo, sean continuos.

A lo largo de los largos eones civilizaciones enteras son modificadas una y otra vez, millones de personas, o algunas de sus existencias al menos, son condenadas a la inexistencia, grandes eventos son cambiados, miles de historias son borradas, y de cada interferencia, de cada regerminación, surge una nueva realidad, un resurgir de la vida humana. Pero en el fondo del relato lo que se encuentra es la cuestión de la identidad personal de Pierce, diferente según los hechos que la vayan moldeando. Los actos del viajero en el tiempo no afectan a la existencia del mismo, permitiéndole eludir ciertas paradojas como la de asesinar a su propio abuelo antes de que tuviera descendencia sin desaparecer consecuentemente por ello, pero hacen que la paranoia se instale permanentemente en sus pensamientos. Stross incide en la naturaleza del tiempo, en su «maleabilidad», en su bifurcación ante eventos decisivos, pero también en el sentido del yo y en el elusivo conocimiento de uno mismo.

Las aventuras de Pierce harán que deba elegir entre diversas existencias y posibilidades. En una de sus primeras misiones alguien intenta matarlo, superponer otra realidad sobre la suya, y cuando Asuntos Internos le interroga comprende que sólo él es capaz de protegerse a sí mismo de una oposición a la Estasis que en teoría ni siquiera existe. Debe tomar decisiones que borrarán sociedades enteras, personas que viven y aman y que nunca habrán vivido. Y debe luchar para recuperar todo aquello que se le escapa de entre los dedos, intentando traerlo de vuelta, sin saber siquiera si tal cosa será finalmente posible o si lo recuperado se parecerá a lo que era. No hay una Historia, sino muchas Historias. El final se acerca al principio, dejando en el lector la impresión de que se ha viajado sobre una cinta de Moebius.

En La isla, Peter Watts recupera el viejo tema de los agujeros de gusano que facilitan los viajes interestelares. Y lo hace sin incidir demasiado en la tecnología que lo haría posible para centrarse mejor en la experiencia vital de aquellos «operarios» que han de construir los portales espaciales y que son enviados en un larguísimo viaje sin retorno a velocidades relativistas hacia el espacio profundo. «Trogloditas» los autodenomina la narradora, humanos en esencia en un universo que ha trascendido la Humanidad, aquellos que han quedado «atrás» sirviendo a sus incomprensibles descendientes, enfrentados a una misión que cada vez posee menos sentido para ellos. Viajan a velocidades relativistas, sin frenar nunca, dejando a su paso los portales para una especie que ha evolucionado, ha trascendido, y ha dejado a estas «brigadas de trabajo» atrás, construyendo todavía para ellos las vías por las que sus irreconocibles «hijos e hijas» habrán de desplazarse sin una muestra de reconocimiento hacia ellos.

Dix despierta a su «madre» de su sueño criogénico cuando, justo antes de enfrentar la construcción de una nueva puerta, Chimpa, la IA que controla la nave y la misión, recibe una señal, una secuencia repetida no aleatoria, justo en su camino. Después de tantos eones de viaje, de largos periodos de sueño con breves despertares, el ambiente de la nave se podría calificar de tenso. En el pasado surgieron conflictos, las órdenes se cuestionaron, las ideas se confrontaron. La inteligencia humana y la artificial chocan una y otra vez en una batalla de voluntades por el control y el mando. Y entonces, cuando los vons ya han sido enviado por delante y la construcción de la puerta es inevitable se encuentran con algo que nadie había visto jamás: una esfera de materia orgánica que rodea la estrella en torno a la que están trabajando y que, dado que no pueden frenar su nave, terminarán atravesando.

Watts retrata a la perfección el desarraigo de los que han sido dejados atrás, el anhelo por un hogar que ha quedado a sus espaldas y la frustración ante un trabajo que no les causa ninguna satisfacción, pero que tampoco pueden abandonar, sirviendo a una civilización a la que sienten que ya no pertenecen. Plantea el desarrollo de una inteligencia artificial, con caminos cognitivos distintos de los de la humana, pero tan limitada al fin y al cabo como esta. Y ambas son confrontadas en el momento que deben asumir la presencia de una posible inteligencia alienígena, tan diferente de ambas que es por ello casi inaprensible. El autor sumerge al lector en un intenso relato cargado de emoción y con el sustrato de amplias cuestiones sobre el espíritu humano germinando bajo la acción: la empatía, el altruismo, la intuición, la imaginación, el amor, la entrega… enfrentadas a una inteligencia mecánica que no puede cambiar sus parámetros programados. Una magnífica narración, con un final que descoloca y deja con una sonrisa irónica, muy irónica en los labios.

Y se alcanza el final con El otro fin de la historia, de John C. Wright, quizá la historia más «decepcionante» del volumen, ya que se antoja no era la más acertada para haber cerrado la antología ―aunque le corresponda por mero orden alfabético―. Situada en su universo de La Edad de Oro, posiblemente esta historia de dos enamorados, un planeta llamado Ulises que amó a una muchacha-bosque llamada Penélope ―ningún otro nombre serviría―, será mejor disfrutada por quienes hayan dado buena cuenta de la trilogía predecesora, aunque tampoco es indispensable haberlo hecho. Wright ofrece una épica historia de amor y guerra a escala galáctica, a través de los eones, con el trasafondo de los enfrentamientos entre las diferentes Ecumenes, y el de Atkins frente a la Ecumene Silente en concreto, en los que por diferentes motivos y caminos Penélope y Ulises quedaran envueltos, llevando al final de la Séptima Estructura Mental.

De forma algo contradictoria, la historia por momentos es fascinante, con una estructura espectacular, experimental y original, y una cosmología muy singular, donde la misma galaxia, sus planetas y estrellas, es reformada a través de inconmensurables obras de ingeniería para ir acomodándola a la evolución de sus habitantes; y por momentos se hace pesada y ardua de leer, con gran cantidad de jerga ultra-tecnológica y pseudo historicista que implica gran cantidad de datos para un escaso trasfondo o explicación. La escala de la relación, el distanciamiento narrativo, el contexto, la contradicción entre lo intimista y lo grandioso de la propuesta, hacen difícil implicarse en el relato. Wright utiliza un lenguaje lírico, de gran belleza estilística, con una prosa densa y barroca, introduciendo en ocasiones un humor algo desconcertante, cargando por un lado de nostalgia el relato y creando por otro una extrañeza que dificulta el «fluido» avance en la lectura. Es una historia conmovedora, pero extrañamente fría y distante. Peca, muy posiblemente, de querer abarcar en exceso.

En general, no obstante esto último, Tiempo profundo recoge un conjunto de poderosos relatos, intelectualmente provocativos, de difícil definición más allá de su adscripción a esa ciencia ficción trans de la que habla el prólogo de Luis G. Prado. Enfocada decididamente hacia el hard y con algún ramalazo space opera, se trata de una muestra de ese género que seguramente sólo puede ser aprehendida en su totalidad desde los parámetros, y por los lectores, del propio género ―aunque no habría que negársela a cualquier otro tipo de lectores avisados. Una lectura, con reservas, y como reza en la contraportada, para todo aquél que alguna vez haya contemplado las estrellas y se haya preguntado hasta dónde llegará la humanidad en los próximos eones.

[Mención especial, es de justicia remarcarlo, para las magníficas traducciones, con todas las dificultades que la tarea entrañaba, de todos los relatos].

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Reseña de otras obras de los autores:

Greg Egan:
    Diáspora.
    Axiomático.

Hannu Rajaniemi:
    El ladrón cuántico.


Peter Watts:
    Visión ciega.

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