viernes, 23 de diciembre de 2016

Reseña: Amatka

Amatka.

Karin Tidbeck.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nevsky Prospects / Fábulas de Albion. Madrid, 2016. Título original: Amatka. Traducción: Marian Womack. 239 páginas.

Jagannath, carta de presentación de Tidbeck en nuestro idioma, daba cuenta ya de unas historias con amplias derivaciones hacia lo «raro», con una narrativa cercana al lector, pero con un aire sutil de extrañeza. Amatka es una distopía de corte clásico, un mundo de perfección utópica que esconde una realidad mucho menos amable. Una ciencia ficción distópica que no renuncia al toque new weird de la autora, con la acción situada en un escenario de localización indeterminada, con una sociedad de carácter colectivizado y donde el lenguaje y su uso cobran vital importancia, ya que son las palabras, los nombres de las cosas, las que establecen la realidad física de los objetos. Una historia de profundo calado, intensamente actual.

Brilar Vanja Essre Dos, ayudante de documentación en la empresa Especialistas en Higiene de Essre, tras cierto incidente, ha sido destinada a Amatka para realizar un estudio sobre las necesidades de productos de higiene de los habitantes del lugar; así que viaja en solitario en un auto-tren que tiene como destino la colonia. El estado un tanto decrépito del vehículo, su escaso equipaje y sus magras provisiones hablan de una existencia dura y paupérrima. De forma llamativa la protagonista parece empeñada de forma casi compulsiva en «nombrar» sus posesiones como si sus nombres les dieran existencia efectiva.

Amatka es una de las cinco colonias fundadas en el «nuevo mundo», unas a imagen y semejanza de las otras, organizadas todas de la misma manera, todas construidas en círculos concéntricos alrededor del edificio central, las oficinas de la comuna, con anillos diferenciados dedicados a zonas residenciales, productivas o comerciales. Desde el momento en que Vanja pone un pie allí empieza a observar que algo fuera de lo normal sucede en el lugar, empezando por la gran cantidad de espacio disponible para el alojamiento, al punto de disponer de una habitación para ella sola en la casa de dos pisos que comparten Nina e Ivar con la anciana Ulla, algo impensable en Essre; y siguiendo con el peculiar comportamiento del lago cercano a la colonia, que se hiela de forma masiva todas las noches descongelándose con cada nuevo día. Sin embargo, el pasado es algo de lo que no se habla, contrario al mantenimiento del espíritu de la colonia, de forma que ella no se atreve a indagar más allá en aquellos sucesos, aunque eso no impedirá que le vayan llegando algunos rumores bastante inquietantes.

Vanja, casi contra su voluntad, va a comenzar a escarbar en los secretos de la colonia, sin desear realmente alcanzar unas conclusiones que podrían hacer tambalearse los cimientos de toda su sociedad. Unos cimientos sin duda inestables y erigidos sobre secretos oficiales que parecen negar la realidad. El misterio envuelve todo lo relacionado con la creación de las colonias y su localización, la procedencia de los colonos originales, la razón para la escasez de ciertas materias primas o el porqué del establecimiento de tan rígidas normas para la supervivencia en la actualidad. Pero está absolutamente prohibido indagar sobre nada de ello.

Es la suya una sociedad de perfección colectivista, donde el individuo renuncia prácticamente a todas sus libertades en favor del conjunto, del Comité, a cambio de seguridad, alimento y alojamiento. Donde los padres deben entregar a sus hijos al estado para que los eduque en hogares infantiles. Donde la oficina de la comuna decide qué trabajo debe realizar cada colono. Donde cada persona está obligada a denunciar las desviaciones de sus vecinos y conocidos, convirtiéndose todos en vigilantes y delatores de todos. Donde la información está totalmente controlada y los «disidentes», los que se hacen demasiadas preguntas o simplemente destacan son lobotomizados y abandonados a su suerte. Pero, claro, nadie desea que se repitan los sucesos de la desaparecida colonia cinco, todos los colonos prefieren vivir seguros, aunque en realidad nadie parezca recordar qué sucedió en realidad.

Y aunque en un primer vistazo el trasfondo podría asemejar los tiempos de la Rusia stalinista, lo cierto es que escarbando un poco las cuestiones se hacen mucho más cercanas, trayendo reminiscencias de la eugenesia aceptada y practicada hasta tiempos recientes en la Suecia natal de Tidbeck o a ciertas semejanzas con actuales políticas de muchos países occidentales de limitar las libertades en aras de una supuesta seguridad contra los elementos desestabilizadores, aceptadas voluntariamente por la población.

Una voluntariedad que también se intuye en la disposición de la mayoría de los colonos. A pesar del coste, todo debe estar supeditado a la supervivencia de la comuna. Hay una absoluta falta de muchos bienes, empezando por el papel y siguiendo por los alimentos, de los que sólo existe cierta diversidad de hongos —en las colonias no parece haber, ni haber habido, animales de ningún tipo—, y el sacrificio personal en aras del bien común se encuentra totalmente asumido e interiorizado. Aparentemente los pioneros, aquellos que establecieron las colonias, disponían de una cantidad determinada de irreemplazables materias primas que después tuvieran que ir siendo sustituidas por extraños y escasos elementos autóctonos. Así, la falta de solidaridad, el acaparamiento, el poner el interés propio por encima del colectivo, son algunos de los grandes pecados en las colonias, pero por encima de todos ellos están el de olvidarse de nombrar los objetos o el usar un lenguaje ambiguo o erróneo que pueda dar lugar a dobles sentidos —o, mucho peor, a sinsentidos—.

Desde su primer día en el hogar infantil los niños aprenden la canción del marcaje, llamando a cada objeto por su nombre para así fijarlo, pues nombrar algo de forma equivocada puede tener consecuencias catastróficas. El lenguaje se convierte así en la base de la existencia de los colonos, aquello que da forma a su realidad. El nombre «hace» el objeto, y el mismo debe ser repasado, «remarcado», de forma casi diaria para que no pierda su significado y, por tanto, su realidad. El lenguaje de los colonos se hace así una herramienta tan aséptica como impersonal, libre de metáforas o de cualquier veleidad artística; la imaginación en consecuencia también se encuentra enormemente coartada, cuando la realidad depende de la correcta forma de denominar a las cosas. Toda persona debe ser consciente en todo momento de lo que dice y de cómo lo dice. Hasta la poesía debe regirse por férreas reglas, libre de cualquier embellecimiento, y los títulos de los libros son de hecho la descripción de su contenido.

No se puede decir que Amatka sea una novela de acción, aunque la revolución late bajo sus páginas, pero sí que depara muchas emociones, incluida la posibilidad de encontrar un amor inesperado en las peores circunstancias y contra todas las adversidades. Es una novela un tanto introspectiva, en la que una mujer va a aprender a conocerse a través de su relación con una sociedad que comienza a hacérsele un tanto opresiva, repleta de inaguantables secretos. Una novela irónicamente poética enmarcada en un lenguaje sucinto y preciso. El deseo de Vanya de ampliar sus horizontes, de seguir sus sueños e inquietudes, la llevarán por caminos que nunca habría soñado, arrastrando a la colonia a una encrucijada difícil de tomar, a la posibilidad de descubrir si hay algo más en ese «nuevo mundo», si se puede vivir de otra manera. Una invitación extensible al lector y a su propia realidad.

4 comentarios:

Mangrii dijo...

Hola :) A mi me convenció plenamente en la Eurocon. Ya iba con la idea de cogerme Jagganath al ver las buenas críticas en GR, una antología que yo desconocía por completo y se me hizo totalmente apetecible. Pero fue ablando con Tidbeck donde me convenció para cogerme también Amatka (y no fui el único, los primeros ejemplares volaron). Espero que me guste tanto como a ti, de momento tiene buena pinta, una ciencia ficción diferente pero de gran calidad. Un abrazo^^

Santiago dijo...

Una ciencia ficción tan diferente que es ciencia ficción por el escenario y planteamiento. Luego lo "extraño" se introduce y uno no sabe cómo definir la novela (ni falta que hace).

De todas maneras yo era público cautivo ya sólo por el tema lingüístico y por lo que me gustó "Jagannath", así que mi subjetividad habitual puede estar incluso magnificada ;-)

Y sí, por lo que me comentaba la editora, se agotaron todos los ejemplares que habían llevado a la EuroCon; algo de lo cual me alegré un montón, porque tanto la novela como la editorial se lo merecen.

Saludos

Unknown dijo...

Fíjate, a mí me parece que lo extraño no es en absoluto extraño. Como en "Los príncipes de Madera", de Daniel Pérez Navarro, el sentido no tan oculto de la ecología explica eso "raro".

Santiago dijo...

No sé decirte, Alicia. Aún con esa consideración yo sigo viendo muchos elementos de extrañamiento en lo narrado, más allá de la ecología que se abre paso.