miércoles, 2 de agosto de 2017

Reseña: El día del dragón

El día del dragón.

Gabriella Campbell y José Antonio Cotrina.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Naufragio de letras. Madrid, 2016. Ilustraciones: Lola Rodríguez. 341 páginas.

El día del dragón es una novela infantil-juvenil de esas cuyo público objetivo abarca lectores de entre 10-12 años hasta aquellos adultos o jubilados con alma joven y ganas de seguir disfrutando y soñando con la mejor e imaginativa de las aventuras alocadas cargada de humor y frenética acción. Conforme lo leía no podía evitar hacerlo poniendo tonos e imaginando cómo sería leerlo en voz alta para un público infantil. Se me antoja el libro ideal para ser leído a niños más pequeños, para modular el tono y poner voces. Es una novela enormemente visual —algo a lo que también contribuyen las expresivas ilustraciones de Lola Rodríguez, algunas de las cuales acompañan esta reseña—. Y contiene el mejor chiste malo del mundo mundial, y un buen puñado de otros que le disputan el puesto. Es tan malo que es buenísimo —quien me conoce sabe que soy muy dado a pésimos juegos de palabras y chistes que dan pena, así que con este humor muy superior Campbell y Cotrina ya me tenían ganado de antemano—. Magia y humor, aventuras, criaturas fascinantes, seres imposibles, caimanes, roedores y escarabajos, y un huevo de dragón a proteger, una combinación ganadora en manos de Campbell y Cotrina.

Fran y Kang Dae son dos amigos inseparables que estudian en el Internado para Niños Singulares de Suburbia —espero que algún día nos revelen el origen y motivo sugerente nombre— y que deben formar equipo con Carol, la chica nueva que hasta el momento no se había relacionado demasiado con ninguno de sus compañeros, en una excursión al bosque Calamitoso. Buscando hojas de los árboles más raros para contentar a su profesor, Carol cae por un agujero que da paso a un misterioso túnel por el que se internarán los tres niños, descubriendo por pura casualidad la abandonada ciudad de Draconia, donde, también accidentalmente, obtendrán un objeto de lo más preciado: un huevo de dragón. Convertidos en sus protectores, deberán enfrentar a magos y hechiceras de lo más disparatados, criaturas mitológicas, peligros inimaginables, caos —mucho caos—, viajes dimensionales, chefs desquiciados, roedores reivindicativos, cucarachas gigantes en busca de un ídolo a quien adorar, robots descomunales, y la amenaza de un ser maléfico que sólo anhela el final del mundo.

Toda la acción transcurre en un sólo día de no parar, así que no es de extrañar el hambre que Kang Dae arrastra durante toda su ordalía. El ritmo es endiablado en todo momento. Tan divertido como sorprendente, lleno de chascarrillos, juegos  de palabras, giros de humor, cachondeo a raudales, emoción y combates épicos. Humor absurdo pero con mucho sentido, mucho más inteligente y profundo de lo que se podría intuir de inmediato, prosa alocada, personajes disparatados, acción inteligente y criaturas variadas de lo más sorprendente. Una maravilla en definitiva. Se nota que ambos autores se complementan a la perfección, equilibrando sus propias narrativas dando paso a una obra de lo más agradable, con la oscuridad de algunas de sus propuestas matizada por el humor y lo macabro de alguno de los personajes presentado con una diversión muy refrescante.

Con los tres protagonistas muy bien construidos, diferentes y perfectamente definidos en su personalidad y pasado, niños abriendo los ojos a las maravillas del mundo,  a la posibilidad de lo fantástico, pero sin conocimiento de la magia hasta que la magia les sale al encuentro, niños que no están todavía maleados por la vida, con mirada limpia y algo ingenua…,  también se muestran impresionantes los secundarios, sobresaliendo por encima de todos las pareja enfrentada de magos Miranda y Baltazar, ella destilando fría ironía, él cierto patetismo, con un continuo intercambio de pullas y un odio que no oculta cierto cariño. Pero destacables son a su vez los Theodore Windsor von Trappe, el magnífico chef Flamígero Flambeau, los pequeños robots de nombres a cual más encantador y descriptivo, los divertidos roedores y sus reivindicaciones, o el villano máximo, el duque Nefastísimo, y su costumbre, heredada de toda una tradición de seres malignos que le han precedido en la cultura popular, de irse por las ramas y perder el tiempo explicando a sus cautivos sus planes para el mundo. La forma de tergiversar los clichés habitualmente asociados a este tipo de historias es simplemente motivo para quitarse el sombrero.

Un libro muy bien escrito, con una redacción muy meditada y donde cada palabra encaja en su frase de forma magistral, sin dar puntada sin hilo. La diversión supura de las páginas, aunque los autores no se privan de lanzar acerados dardos contra algunas actitudes actuales realmente denunciables. Los chistes «malos» se suceden encadenándose en un carrusel del humor endiablado, sencillo y accesible, pero con suficientes referencias ocultas como para que cualquier adulto de bien disfrute enormemente de la lectura. Y es que en una lectura más analítica el niño adulto no podrá dejar pasar por alto la gran cantidad de homenajes y referencias a obras punteras de la cultura popular que los autores han incluido en el texto. Algunas muy evidentes, otras no tanto, que hacen una delicia su lectura. Se nota y se transmite que Campbell y Cotrina se lo han pasado de fábula escribiendo la novela.

El día del dragón, sin necesidad de nombrarlo en ningún momento, tiene el aliciente de presentar a tres protagonistas que en todo momento se comportan con absoluta igualdad. Niños actuando como niños y con reacciones de niños que ven de lo más natural que cada uno de ellos tenga sus puntos fuertes y débiles, y que juntos se complementan hasta ser más que la suma de sus partes. En ningún momento Carol se queda atrás respecto a sus compañeros masculinos y demuestra con sus actos que no hay que poner obstáculos al desarrollo de la personalidad, que no hay que poner límites a lo que un niño o una niña pueden llegar a hacer por el mero hecho de pertenecer a un género u otro. Y los autores lo consiguen sin una palabra dogmática, ni un discurso directo, sino de la mejor manera para una mente infantil en formación, con el ejemplo. Compañerismo, amistad, compromiso, entrega, compasión, colaboración, esfuerzo, capacidad de dejarse maravillar. Genial, en definitiva. No puedo sino recomendarlo para su «objetivo» público infantil y para todo adulto que quiera disfrutar como un niño, dejándose llevar por la libertad de un humor franco y directo con ese toque absurdo tan ligado con la infancia. Pero claro, yo también soy un guardián del dragón, ¿cómo podría entonces no recomendar este libro?

Sólo me queda una pregunta: ¿para cuándo la siguiente aventura?

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