sábado, 27 de octubre de 2012

Reseña: Boneshaker

Boneshaker.
El siglo mecánico 1.

Cherie Priest.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría de Ideas. Col. Solaris ficción # 162. Madrid, 2012. Título original: Boneshaker. Traducción: Álvaro Sánchez-Elvira Carrillo. 319 páginas.

Vayan por delante un par de consideraciones personales: una, nunca he sido demasiado fan del género zombie, he leído lo mío y disfrutado de ciertos títulos emblemáticos, pero últimamente estoy más que saturado; y dos, hace un tiempo había oído / leído un par de críticas no demasiado positivas sobre esta novela. Por ello, lo cierto es que había ido retrasando casi de forma inconsciente la lectura del libro, a pesar de tenerlo en la pila desde hace tiempo. Y me equivoqué al hacerlo. Es una novela que, aunque tal vez no termine convirtiéndose en un gran hito de la Literatura —y es que por ciertos defectos es una novela que no termina de ser «redonda», sin duda cumple satisfactoriamente con su tarea de entretener de principio a fin. Ganadora del Locus de 2010 y finalista en los Nebula y los Hugo, y situada su acción en una Norteamérica alternativa, se trata de una oscura ucronía steampunk con más tendencia a la aventura pura que al terror.

A finales del siglo XIX, con la guerra de secesión extendiéndose más de lo esperado y la fiebre del oro trasladándose de California a Klondike, en Seattle el científico Leviticus Blue crea una máquina perforadora de gran potencia, la Boneshaker, destinada a taladrar los hielos perennes de Alaska. Pero algo se tuerce y la puesta en marcha de la máquina supone un destructor paso por el subsuelo de la ciudad, arrasando con efectos de terremoto un buen número de edificios, causando cientos de muertes y liberando un gas tóxico de devastadores efectos: primero mata a quien lo inhala y luego revive a algunos de los muertos, convirtiéndolos en auténticos zombies, que recibirán el nombre de podridos. Los supervivientes huyen hacia las Afueras, mientras se levanta en torno a la zona más afectada un enorme muro de sesenta metros de altura para impedir que el gas escape.

Cherie Priest
Dieciséis años más tarde, Ezekiel Wilkes entrará en la ciudad condenada en busca de respuestas sobre su pasado, y su madre, Briar, deberá ir tras él para rescatarlo de los peligros que allí acechan. Sin embargo, a ninguno de los dos les va a resultar precisamente sencillo conseguir sus objetivos. En el camino de ambos, primero como presencia ominosa y luego en carne y hueso, se cruzarán los intereses del misterioso doctor Minnericht, quien con sus inventos mecánicos, su red de favores y su pequeño ejército de sicarios es virtualmente el gobernante entre los muros que rodean la abandonada Seattle.

El relato se divide en dos líneas, siguiendo las perspectivas separadas de madre e hijo, que producen «ecos» la una en la otra. Al principio se podría acusar al relato de cierta lentitud y de limitarse a mostrar diferentes facetas de la ciudad, con ambos protagonistas yendo de un lugar a otro sin aparentemente llegar a sus destinos, una «visita turística» por las entrañas y los tejados de las ruinas del Seattle emponzoñado, con Briar y «Zeke» convertidos más en espectadores de los sucesos que en protagonistas en primera persona de la acción: las cosas suceden a su alrededor, siendo su intervención más bien el detonante que llevará a otros a tomar vitales decisiones. Sin embargo, conforme su periplo va avanzando, empieza a haber repercusiones, la bola comienza a rodar, el relato toma fuerza y, sobre todo en su último cuarto, adquiere un ritmo desatado de acción y revelaciones.

Se produce una desesperada carrera por la supervivencia, en constante lucha contra los podridos, el gas tóxico y los inquietantes habitantes del Seattle «abandonado». En los clausurados subterráneos, en sótanos y túneles, se ha creado una peculiar y resistente sociedad, siempre en el límite, siempre al borde de la violencia, pero que también da el fruto de algunas personas de buen corazón. La presencia palpable del inquietante doctor Minnerecht, con la duda de su verdadera identidad sobrevolando sobre la narración, da el ominosos contrapunto a aquellos que adquieren relevancia al ayudar a Briar o a Zeke en su búsqueda. A cambio, hay personajes, como la «mano derecha» del villano, enormemente desaprovechados.

Existe en la historia, en contradicción con la lentitud de inicio del relato, una constante sensación de premura, de peligro inminente, de opresiva penumbra, de continua falta de aire... Y es que respirar el aire sin filtrar supone algo peor que la muerte, así que todos los que por allí pululan deben ir equipados de máscaras de gas y proteger cualquier parte de su piel ante el corrosivo elemento. Queda pendiente, eso sí, la importante cuestión del porqué alguien se quedaría a vivir allí dentro, ya que la explicación del «jugo» —no entro en detalles para no chafar parte del argumento— solo valdría para unos pocos y desde luego no para la gente que, por ejemplo, Briar se encontrará en el Maynard.

Por otra parte, cabe advertir que no es éste, en absoluto, un relato de zombies al uso, sino una aventura en que uno de los elementos del escenario son ellos. No cargan con el foco de la acción, ni se llevan la mayor parte de la narración, ni hay un exceso gore o vísceras sangrientas en la misma, sino que los podridos se convierten en una amenaza más, enorme eso sí, pero una más, entre las muchas que oculta el Seattle en ruinas. De hecho, algunas de las circunstancias que rodean a estos zombies chirrían un tanto dentro de la trama, pero no de forma tal que afecte al disfrute de la novela al no ser lo verdaderamente importante —aunque es cierto que se podría haber mejorado ciertos aspectos del tema—.

Boneshaker ofrece una ucronía con una Historia paralela con un desarrollo algo diferente a la de nuestra corriente temporal —la propia autora se encarga de aclarar ciertos «desajustes» cronológicos, como que la población de Seattle sea al inicio del relato mayor que la de la ciudad real en esa época o que la construcción de ciertos edificios emblemáticos sea posterior a lo allí dicho, intencionados para ajustarse mejor a su trama—. Priest ha creado un mundo de ambientación steampunk, de dirigibles, de piratas y contrabandistas aéreos, de poderosas máquinas de vapor, de calderas que bombean el aire limpio dentro de los túneles habitables, de ingenios mecánicos, de señores del crimen, de personajes fronterizos armados de colts, rifles y curiosos y nuevos inventos... Un steampunk no tanto victoriano sino más al estilo del Wild Wild West de Barry Sonnenfeld.

La novela, que a todos los efectos se puede leer como una obra independiente, con un final totalmente cerrado y satisfactorio, forma parte de la serie El siglo mecánico. Una serie de la que por el momento se han publicado, en inglés, tres entregas más, y de la que La Factoría ha anunciado ya la próxima publicación en español de la siguiente: Clementine. Lo cierto es que de mantener el nivel de la presente entrega y mejorar algunos defectos de la «construcción» de su mundo, esta serie puede llegar a convertirse en una «obligación» a seguir.

Arte de John Foster

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