jueves, 12 de septiembre de 2013

Reseña: 2312

2312.

Kim Stanley Robinson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Barcelona, 2013. Título original: 2312. Traducción: Miguel Antón. 527 páginas.

2312 es una novela sobre la investigación de una muerte sospechosa, primero, y de una posible conspiración interplanetaria con horribles ramificaciones terroristas, después, que esconde entre sugerentes escenarios una muy peculiar historia de amor en un momento de la historia humana en que los géneros sexuales se han «diversificado» más allá de lo mero masculino y femenino. No obstante, por encima de una trama más o menos intensa, lo llamativo y fascinante de la novela es el detalladamente descrito ―y bien justificado― futuro imaginado por Robinson. Así, la investigación se convierte en la excusa perfecta para embarcar a sus protagonistas, y con ellos a los lectores, en un periplo a lo largo y ancho de un Sistema Solar ampliamente colonizado por unos humanos adaptados a muy diversos entornos. Se trata, no podía ser menos, de una obra densa, intrigante, erudita y didáctica ―hay puntos que se leen más como un ensayo que como una obra de ficción―, con una evidente carga filosófica, un claro mensaje ecológico y una crítica socio-política bastante poco disimulada ―aunque referencias a sistemas como el «Mondragón» y su muy utópica, ingénua y distorsionada aplicación en la novela podrían dar para grandes discusiones en otro contexto más allá de los límites de una mera reseña―.

El autor extrapola tendencias actuales y plantea de forma harto realista ―dentro de lo que es, obviamente, una ficción especulativa― el futuro de nuestra especie, con una Tierra agotada y fustigada por el cambio climático y ecológico, superpoblada, fragmentada en centenares de micro estados con China como la única gran potencia superviviente, y la enfrenta a las posibilidades de la terraformación y colonización de ámbitos absolutamente hostiles a la vida humana. Obviamente, todo ese despliegue ha tenido consecuencias entre los propios seres humanos. Las sociedades evolucionan de forma diferente según su entorno y dependencias; los equilibrios de poder se desplazan inevitablemente creando enormes tensiones; la transhumanidad se encuentra fragmentada; la evolución avanza en múltiples y diferentes formas ayudada por la ingeniería genética; muchas personas han implantado en sus cuerpos «qubos», auténticas Inteligencias Artificiales de estado cuántico, para orientarles o ayudarles en sus tareas, y han modificado su género sexual en un buen número de variantes ―hermafroditas, andróginos, ginandromorfos…―, que han conllevado a su vez a nuevas definiciones del modelo familiar. Tras un accelerando incompleto, los restos de la Humanidad están a un paso de dividirse en diferentes subespecies de longeva vida en medio de una balcanización del Sistema.

Hacia principios del siglo XXIV la transhumanidad ha colonizado todo el Sistema Solar, abandonando en gran número una sobrecalentada y depauperada Tierra. Se han terraformado los grandes planetas, se han colonizado la Luna y otros muchos satélites, y gran cantidad de asteroides han sido ahuecados, dotados de rotación para imprimirles gravedad en su interior y convertirlos en terrarios con ecosistemas propios y autosostenibles donde se recuperan especies extintas o en vías de extinción o, simplemente, se crean otras nuevas en multitud de nuevos ambientes. Incluso Mercurio se encuentra habitado y la ciudad de Terminador circunnavega su superficie sobre raíles huyendo de la luz directa del cercano Sol.

Y es precisamente en el calcinado planeta donde Cisne Er Hong, una antigua diseñadora de terrarios, artista extrema y amante de las sensaciones fuertes con el cuerpo biológica y mecánicamente modificado, recibe la dolorosa noticia de la muerte de su abuela Alex, una de las personas más influyentes de Mercurio y ampliamente respetada en el resto de asentamientos humanos a lo largo del Sistema Solar. Una muerte sospechosamente prematura, pues, dado que los tratamientos de longevidad han elevado las perspectivas de vida por encima de los doscientos años, todavía le quedaba mucho por vivir. Embargada por la pena y sospechando de juego sucio, cuando todo el mundo no cese de preguntarle si Alex dejó algo para ellos, Cisne se embarcará en una investigación que la va a llevar a recorrer gran parte del Sistema Solar y a verse envuelta en una oscura trama que busca cambiar los equilibrios de poder y el futuro de la propia Humanidad ―aunque la definición de la misma se haya flexibilizado bastante con el tiempo―.

Lo cierto es que la «excusa» de la intriga policiaco-detectivesca se «siente» un tanto desatendida, apenas una justificación para poder mostrar en toda su profundidad y extensión el fascinante futuro imaginado por el autor. La trama se muestra entrecortada, más interesada en mostrar los lugares por los que van viajando los protagonistas y explicar las maneras en que se ha llegado hasta allí ―la terraformación de Marte o Venus, la colonización de Mercurio o Saturno, la «fabricación» de los hábitats y terrarios de los asteroides, la terrible situación de la Tierra y el orgullo desmedido de sus habitantes…― que en plantear una investigación causa-efecto en toda su plenitud, aunque cuando finalmente se pone a ello también es verdad que consigue atrapar la atención.

La «dispersa» ―en intereses― Cisne va a encontrar la horma de su zapato en la figura de Fitz Warham, uno de los amigos - colaboradores de Alex, procedente de Titán ―por lo que es alto y con «apariencia de rana»―, intentará aunar esfuerzos con ella para encontrar respuestas en el mar de facciones e intereses encontrados que podrían estar implicados en lo sucedido, desde los chinos encargados de la terraformación de Venus, las inteligencias artificiales cuánticas a los viejos poderes terrestres y el ascendente marciano, aunque lo haga siguiendo una agenda propia. Cisne y Warham orbitarán el uno en torno al otro ―ambos sexualmente ambiguos― en un rumbo de colisión de resultados imprevisibles. Sus caminos se cruzarán también con el de la inspectora Jean Genette, quien investiga los extraños sucesos que están teniendo lugar a lo largo de todo el Sistema Solar y que podrían ocultar funestas intenciones.

Los actos terroristas increíblemente despiadados imbuyen a los implicados de un sentimiento de premura, de necesaria rapidez en resolver lo sucedido para que no vuelva a ocurrir y para que el futuro no se desmorone. Sin embargo, esa urgencia no se contagia al relato, que entre elipsis y elipsis, largas descripciones de los lugares por donde pasan los protagonistas y las diversas técnicas de terraformación necesarias para hacerlos habitables, no consigue transmitir de forma acertada el paso del tiempo o la duración de los viajes, siendo el ritmo del relato, junto a la espesura de ciertas exposiciones, uno de los escasos escollos de la novela.

Y es que éste es, sin duda, un libro denso, exigente en cierta forma, con una estructura que rompe los esquemas habituales al entremezclar la narración con extractos ―fragmentos de publicaciones científicas avanzadas o citas de obras futuras― y listas de acciones de Cisne ― que dan cuenta de su extraña mente e inclinaciones artísticas―, e incluso con los pensamientos de una inteligencia cuántica, pero que otorga grandes satisfacciones si el lector abandona prejuicios y se sumerge en su ciencia y especulaciones. El contenido está, sin duda, muy por encima del continente. Su prosa se podría considerar áspera por momentos, descriptiva pero poco emotiva cuando se haría necesario, eficaz en cuanto a la transmisión de ideas y conocimientos, pero poco inspiradora...

Y eso que Robinson, más allá de la «maldad» intrínseca tras las acciones terroristas y sus oscuros objetivos o de la negra situación de la Tierra, imbuye a toda su obra de un manifiesto optimismo, en ese canto favorable a la colonización de los más recónditos y peligrosos rincones del Sistema Solar. Incluso en la tristeza de la constatación por parte del autor de que el resto de las estrellas quedan más allá del alcance de la vida humana, lanza un desafío con la preparación de una misión que no ha de volver jamás. Y está bien que así sea. Al fin y al cabo, por muy lejos en el tiempo que el autor sitúe la acción, en realidad esta es una novela que versa sobre nosotros y hacia dónde vamos como especie, sobre lo que estamos haciendo con la Tierra y lo que ello puede desencadenar, sobre el arte, la música y la poesía, sobre lo que significa ser humano más allá de la mera apariencia externa, sobre el amor por encima de las diferencias, sobre el espíritu de exploración, sobre las fronteras interiores y exteriores… y es bueno vislumbrar la posibilidad de una luz más allá de los posibles desastres a los que parece abocarse nuestro mundo. 2312 es una novela que, entre otras causas y aunque solo por ello fuera, merece la pena de leerse por sus extrapolaciones hacia el futuro y las reflexiones que las mismas conllevan, y por la belleza evocativa de ciertas y poderosas imágenes del terraformado Sistema Solar.

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Reseñas de otras obras del autor:

1 comentario:

Leo Mellado dijo...

Estoy terminando de tragarme este libro. Es que voy por la página 300 y no sé para dónde va... Comienza con una confabulación terrorista interplanetaria y una investigación policial y ahora va en nada: una serie de brochazos sobre la naturaloeza, la biodiversidad y otras cuestiones que hacen que la historia inicial se diluya, se arrastre y se olvide. No hay tensión, no hay aventura, no hay suspenso... hay más emociones en un documental de Discovery Channel.