lunes, 16 de febrero de 2015

Reseña: El cadáver que soñaba

El cadáver que soñaba.
Encrucijada /1.

Rodolfo Martínez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Sportula. Gijón, 2014. Edición digital (epub). 121 páginas.

La presente novela corta representa un nuevo cambio de registro dentro de la ya extensa producción de Martínez, quien, después de haber explorado prácticamente todos los subgéneros del fantástico y afines, mestizajes incluidos, desde la épica al cyberpunk pasando por el horror y la fantasía urbana, ofrece ahora a sus lectores una ficción de apariencia histórica, en un mundo inventado, sí, pero sin un ápice de fantasía en toda su trama de corte se podría decir que policíaco. El cadáver que soñaba es la primera entrega de una nueva serie, Encrucijada, donde el autor presenta una realidad alternativa, una Edad Media ficticia, de componente clásico romano —en una época cronológicamente situada en el fin de la República— con muy evidentes diferencias con nuestra realidad, en la que impera una religión única que adora a una intrigante divinidad dual, y en la que el autor sitúa en esta ocasión una investigación cuasi detectivesca sobre una misteriosa y, por supuesto, inexplicable muerte, al tiempo que presenta la nueva ambientación y a sus personajes protagonistas.

El sargento Órdube Demáquero Virato, al mando de la escasa guarnición de Encrucijada, se encarga de mantener la paz y el orden en la pequeña y pacífica localidad. Sus obligaciones no comportan excesivo trabajo, pues los altercados son pocos y la vida bastante tranquila. Pero justo el mismo día que en Encrucijada se presenta de forma inesperada y no anunciada, tras diez años sin tener ninguno, un nuevo magistrado, Árgida Intrubio Polio, se produce en el recinto del cenobio cercano el inexplicable asesinato de un joven aprendiz de herrero. Juntos, sargento y magistrado, deberán emprender la investigación de las misteriosas circunstancias del suceso, indagando en sus posibles causas y motivaciones, mientras deben lidiar con diversas contradicciones y secretos que saldrán a su paso, y con un poder eclesiástico, tan hermético como altanero.

Para la ocasión Martínez «tira» de reconocido oficio con una prosa muy agradable, que se aleja bastante de los arriesgados requiebros estilísticos que acostumbra en sus propuestas de ciencia ficción y se acerca más, precisamente, a la mostrada en sus pastiches holmesianos. De esta manera, además, vuelve a mostrar su gusto por el género policíaco, convirtiendo el relato casi en un procedimental de manual, trama de investigación detectivesca y juicio incluidos. A su vez, las idas y venidas de los protagonistas, su vida cotidiana y sus relaciones con el resto de pobladores del lugar, sus visitas a los puntos de interés del lugar, las entrevistas e interrogatorios con diversos miembros de la sociedad, le permiten ir ofreciendo un retrato casi costumbrista de una población rural alejada de los centros de poder, en la poderosa ciudad de Urbe.

El corte de la investigación es bastante «clásico», partiendo de la aparición de un cadáver en un lugar en el que es evidente no ha muerto, con lo que lo primero que hay que encontrar es el escenario del crimen. La tranquilidad de Encrucijada, la aparente sensación de que allí no existe ningún tipo de problema ni resquemor, empieza a demostrarse inexacta. Ciertos secretos, que no tienen porqué implicar ninguna actuación criminal, pero cuyo conocimiento general sí podría acarrear ciertas consecuencias no deseadas, empiezan a salir a la luz, ciertas actuaciones e impulsos que el silencio y el interés particular había mantenido oculto para toda la población salvo los directamente implicados. Martínez sabe mantener el misterio, implicando al lector en el juego deductivo pero llevándolo también por dónde desea. Tal vez la tensión dramática falla algo en el «juicio», con una resolución un tanto rápida y, por desgracia, también tópica —o quizá podría tratarse de un «homenaje», pero entonces es demasiado literal—.

Mientras el magistrado, cual Guillermo de Barkerville en El nombre de la rosa —y que buen Intrubio Polio habría dado el Sean Connery de la versión cinematográfica de la novela de Umberto Eco—, es un individuo de tendencias más deductivas, que enfoca la resolución del crimen casi de un modo científico, el sargento es más un hombre intuitivo y de acción, con lo que, discrepancias y recelos aparte, sus personalidades van a complementarse a la perfección formando un interesante equipo. El uno incisivo y observador, el otro sensato, leal —aunque de natural desconfiado— y dispuesto a «bajar a la arena» y encargarse de los asuntos más turbios siempre que no le salpiquen a él mismo, a imagen de unos medievales y romanizados Holmes y Watson. Pronto, no obstante, sus actuaciones los van a distanciar del arquetipo para adquirir personalidad propia, sobre todo el sargento, quien demostrará unas cualidades que aparentemente hubiera preferido mantener adormecidas. Y es que los propios protagonistas arrastran el misterio en sus personas. ¿Cómo es que un patricio, de familia noble, elige como destino de su magistratura un pueblo remoto, alejado de Urbe, y donde aparentemente nunca pasa nada? ¿Qué pecados ha cometido Virato para aceptar resignado, y hasta agradecido, un puesto tan ingrato, donde pasa desapercibido y sin casi establecer relaciones personales?

El autor introduce con habilidad en medio de la trama un conflicto entre ciencia, cultura y religión, entre poder divino y temporal. Un conflicto que va mucho más allá de la muerte de un simple aprendiz de herrero, sino que presenta un enfrentamiento entre el inmovilismo y la innovación, y del que muy bien podría depender el avance y progreso de los adelantos tecnológicos. En definitiva, una lucha por el control de la cultura y el conocimiento, y el poder y privilegios que otorgan sobre aquellos que no lo poseen.

Como parte de su proceso creativo, y como ya ha acostumbrado a sus seguidores a través de otras de sus grandes series —Drímar, Yáxtor Brandan...—, Martínez incluye al final del libro un apéndice titulado Notas sobre la República que incluye apuntes sobre los patronímicos de los ciudadanos, la organización política y legal, la religión, y una detallada cronología de los 757 años de la Historia de Urbe, desde su fundación hasta el mismo momento en que Árgida Intrubio Polio es nombrado magistrado de Encrucijada, —y cuya lectura se convierte prácticamente en un relato en sí mismo—, consiguiendo situar a la perfección el contexto, la acción y el entorno de la narración.

El cadáver que soñaba es una novela corta intrigante y entretenida, totalmente «realista» dentro de su escenario ficticio —la religión, inventada desde luego, al no participar la «divinidad» de forma directa en la acción en ningún momento, tampoco aporta elemento fantástico alguno, solo trasfondo—, con un buen desarrollo de personajes, un misterio intrigante y una investigación solvente que deja con la promesa, y el deseo, de leer más sobre los protagonistas y su ciudad. El autor ya ha declarado su voluntad de volver a Encrucijada y ofrecer nuevos relatos allí situados, como el anunciado, sin fecha definida, El muerto estaba de paso.

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Reseña de otras obras del autor:



    Sondela.

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