viernes, 11 de marzo de 2016

Reseña: Viaje a la costa

Viaje a la costa.

Kazumi Yumoto.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Col. Noches blancas. Madrid, 2016. Título original: Kishibe no Tabi. Traducción: Rubi Sato y José Pazó Espinosa. 217 páginas.

Una historia japonesa de fantasmas —y hay más de uno en estas páginas—, pero muy diferente de lo que cualquier lector podría esperar cuando lee esas palabras. Con apenas sobresaltos o sustos, sin apuntes macabros o terroríficos, sin un agobiante suspense —aunque algo haya—, este es el relato del viaje familiar que emprende una pareja adentrándose de forma serena y tranquila por senderos cotidianos de la vida del Japón actual, aunque, eso sí, lejos de sus megaurbes más poblados, visitando el campo, la montaña y, finalmente, la costa. Es un relato reposado, melancólico casi, triste pero esperanzador, con un ritmo íntimo, bello, poético incluso, con el sonido del agua fluyendo, deslizándose, repiqueteando, goteando, atronando y dando paz en todo instante, y que retrata la mentalidad japonesa a la hora de enfrentar temas como el matrimonio, la infidelidad y el adulterio, el amor, el abandono, la enfermedad, el perdón, la espiritualidad o la muerte —y su contrapartida, la vida—. Una lectura de apariencia sencilla que encierra mucho más de lo que se antoja a primera vista.

Un matrimonio, recién reencontrado tres años después de que él abandonase el domicilio conyugal, emprende un viaje que desanda el camino recorrido por el marido durante ese tiempo de retorno, eligiendo las etapas de la ruta aparentemente al azar de forma de lo más indolente. Se detienen aquí y allá, quedándose en ciertos lugares algo más de tiempo, haciendo altos para trabajar en variados oficios con diferentes familias, ayudando en lo que pueden a un viejo vendedor de periódicos, a una pareja que regenta un pequeño restaurante chino, un anciano cultivador de tabaco o una enfermera que ha perdido el sabor por la vida… A lo largo de la travesía van rememorando anécdotas de su pasado, antes y después de empezar su relación, y del periódo de tiempo en que han estado separados, sorprendiéndose y conociéndose una al otro como no lo habían hecho hasta el momento, despojándose de malentendidos y secretos. Todo de lo más normal si no fuese porque, tras desaparecer tres años antes, él murió, ahogado en el mar, y su cuerpo fue devorado por los cangrejos, algunos de los cuales todavía permanecen en el fondo del agua, esperando.

Lo sobrenatural irrumpe en el relato de la forma más natural, sin estridencias, cuando el marido, Yusuke, se persona en su domicilio, y Mizuki, la esposa, aceptando sin ningún tipo de sorpresa su presencia aún sabiéndolo muerto, le prepara unas shiratama —bolitas de masa de arroz rellenas de pasta dulce—, su postre favorito, que él come con fruición mientras le relata cómo falleció. A partir de ese momento, lo fantástico deviene en cotidiano, cuando el fantasma en toda su corporeidad y la que fuera su esposa recuperen las maneras de un matrimonio, mientras recorren a la inversa el camino que Yusuke emprendiera tras su muerte para volver con Mizuki, sin que nadie cuestione la existencia física de él. En su periplo encontrarán a otros individuos en su misma situación. Personas que no han podido ir más allá, atados a la tierra por no se sabe qué motivaciones, pero que no se diferencian demasiado de lo que eran cuando estaban vivos. Espíritus o fantasmas con cuerpo físico que conviven como uno más con los vivos, que esperan su oportunidad de partir muchas veces sin siquiera saberlo, en un retrato casi costumbrista de los pequeños y desconocidos paisajes rurales japoneses y sus gentes, de sus campesinos, artesanos o pescadores más tradicionales, de una vida que parece abocada a la nostalgia de aquello llamado a desaparecer.

Kazumi Yumoto, en cada revelación, en cada relación, en cada nuevo personaje que se cruza en el camino de los protagonistas, busca causar determinadas sensaciones en el lector. Cada momento ejemplifica una etapa de la vida, un sentimiento, un progresivo ascenso hacia la comprensión y la realización. Ese viaje a la costa es tanto un viaje geográfico como un viaje interior.

A través de los recuerdos de los tres años que Mizuki pasó sola, de su sentimiento de incomprensión y abandono, de su soledad y aceptación, y del camino y las gentes con las que convivió Yusuke en su dilatado periplo de retorno, la autora reflexiona sobre la manera de rehacer una vida tras haber sufrido un duro golpe, de rellenar ese profundo agujero que dejan las personas amadas tras su marcha, sobre todo cuando no se conoce el motivo tras la misma, pero también sobre el sentido de la responsabilidad, sobre la forma que cada persona tiene de enfrentar una enfermedad irreversible, sobre los pequeños traumas familiares, sobre el arrepentimiento y el perdón. Y, por encima de todo, sobre la muerte y los que quedan atrás.

Viaje a la costa es una historia suave, intensa, intimista y breve, abierta a múltiples lecturas, sobre todo con un final del que cada lector podrá sacar su propia interpretación. Con un ritmo pausado, atado al lento discurrir de los días, pero ágil a un tiempo, donde los altos en el camino, los encuentros que crean nuevos lazos, no pueden impedir seguir avanzando hacia el final del viaje. Con una prosa sencilla y agradable, que refleja de forma atractiva tanto la maravilla y lo extraño de la situación como la cotidianidad con la que los protagonistas enfrentan cada día, superando la incomunicación y sacando lecciones de sus recuerdos individuales y mutuos. Una lectura a un tiempo relajante y reflexiva.
Carteles de la adaptación cinematográfica

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